(Marcel Petiot durante el juicio) |
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo asesinos terribles, asociados a la propia guerra y a las acciones brutales de exterminio de la población civil o a la eliminación de enemigos. Pero también hubo algún asesino en serie que aprovechó el conflicto para llevar a cabo sus actos, que hubiera hecho en cualquier otro momento histórico, seguramente. Es el caso de Marcel Petiot, un francés nacido en 1897, que forma parte de la categoría de asesinos en serie por méritos propios.
Lo que sí es cierto es que Petiot encontró a gran parte de sus víctimas gracias al momento y al lugar que la historia le brindó. Ya en su juventud tuvo algunos problemas con la justicia, aunque sin relevancia, y durante la Primera Guerra Mundial, en el frente, su estado mental le llevó a ser ingresado en un sanatorio. Sobrepasado el bache, consiguió obtener el título de medicina en 1921 y unos años más tarde llegó a ser alcalde de su localidad, aunque acabó expulsado por corrupto. Como vemos, los problemas le perseguían, pero nada al nivel de lo que vendría poco más tarde.
Uno de sus pacientes falleció y, cuando otro hombre sugirió que el propio médico lo había asesinado, los muertos fueron dos. Cambió su residencia a París y allí sus crímenes continuaron, aunque cuando alcanzaron el nivel que le llevan a ser declarado en nuestros días asesino en serie fue durante la ocupación nazi. Como otros muchos, se aprovechó de la situación para su propio partido, a costa de los judíos.
Pensó en enriquecerse ayudando a los perseguidos, ayudándoles a escapar de los alemanes. Les ofrecía una forma de viajar al extranjero dejando atrás la Francia ocupada. Era médico, y cuando les decía a sus víctimas que les iba a inyectar algo para que no tuvieran problemas con las enfermedades del país de América del Sur al que iban a viajar, estas no sospechaban. En realidad, les inyectaba cianuro. No se conformaba entonces con haber matado, sino que se quedaba con lo que podía de las propiedades de los asesinados.
Los cuerpos eran incinerados en el sótano de su casa o enterrados en cal viva. La Gestapo, sospechando que estaba ayudando a los judíos a huir, lo detuvo en 1943, aunque fue liberado un tiempo después. Pero ya tenía un ojo en la espalda continuamente. En 1944 fue detenido de nuevo, en este caso ya por la policía, y se conoció entonces la magnitud de sus crímenes. Cerca de 30 cadáveres fueron identificados en su casa, pero durante el juicio llegó a confesar más de 60 asesinatos. Aquello le llevó a un lugar destacadísimo dentro de la lista de los asesinos en serie de la historia, y también le llevó a la guillotina en 1946.
Fuente: Enciclopedia Britannica
Imagen: Mirror