(La voz de los árboles, de Tracy Chevalier) |
Las secuoyas gigantes crecen lentamente, muy lentamente, como si hubiera una relación directa entre andar despacio y llegar lejos. Muy lejos. La secuoya gigante más antigua que sigue en pie ha estado ahí quieta durante los últimos 3.200 años, en California. Sólo para hacernos una idea, la Gran Pirámide de Guiza, la más antigua de las míticas siete maravillas del mundo, con mucha diferencia, y curiosamente la única que aún podemos ver, data de aproximadamente el año 2570 antes de Cristo. Ese espíritu está en el libro que les recomiendo hoy, ese espíritu de hace algo menos de dos siglos, donde las cosas ocurrían a otro ritmo, las cartas tardaban meses, cuando no años, en llegar, y emprender un viaje era un cambio de vida. De cuándo no se sabía casi nada más allá del más cercano entorno. Hoy un viaje a la otra parte del mundo no lleva más que unas horas.
La voz de los árboles es un libro escrito por Tracy Chevalier, que les sonará a todos por su popular obra, La joven de la perla. El libro cuenta la historia de una familia, los Goodenough, que viven de los árboles. En concreto, el protagonista, Robert, es un hombre que nació viendo a su padre luchar contra el terreno para conseguir tener 50 árboles plantados. Con ese número, la tierra sin dueño en la que se habían asentado como colones, sería suya. Podríamos decir que si alguien conseguía hacer prosperar 50 árboles en las inmediaciones del Pantano Negro, en Ohio, habría conseguido domar la tierra y por lo tanto era suya.
No sólo la tierra complica la vida de esa familia, sino que la propia familia se empeña en hacerse daño. De ese punto inicial surge una historia que viaja luego al oeste, como el propio Robert, que siempre va hacia el oeste. Tragedias, mala suerte y trabajo duro es lo único que encuentra, pero también los árboles. De niño, los manzanos de su padre. De adulto, las grandes secuoyas y los pinos rojos son su vida y medio de vida, recolectando plántulas y semillas para enviarlas al otro lado del Atlántico. Allí, los ricos ingleses estaban locos por tener esos grandes árboles en sus dominios.
Volvemos a ver cómo desde que alguien pide unos árboles hasta que los recibe, pasan meses y meses en los que un barco cruza el océano con la petición, alguien recoge los árboles, busca otro barco que vuelva… es una forma de ver el mundo tan lejana a la actualidad, que a veces merece la pena parar y pensar sobre cuánto hemos cambiado y el poder del tiempo.
Ese mensaje, de cercanía con la naturaleza para comprenderla y vivir de ella, de vida peleada día a día, de disfrute de lo simple y del poder del tiempo, llega mucho más efectivamente porque la historia de La voz de los árboles es una historia sencilla e íntima, sin grandes héroes, personajes que hayan cambiado el mundo o acontecimientos memorables. Lo que nos cuenta Chevalier es la vida de un hombre cualquiera, ni más ni menos, y eso ayuda.
Desde un punto de vista literario, el libro está escrito de manera original, con varios bloques en los que se utilizan diferentes técnicas narrativas. Alterna, por ejemplo, el narrador omnisciente, que conoce y cuenta la historia desde todos los puntos de vista, con un narrador en primera persona, explicando los mismos hechos en uno y otro caso. Hay capítulos que presentan una recopilación de cartas y que son un acierto, porque nos ponen ante el paso del tiempo y cómo las vidas se mueven desconectadas, a pesar de todo. La narración es lenta, pero ni mucho menos aburrida, y los detalles van cayendo sobre las páginas, haciéndonos comprender ese momento histórico y la forma de ver el mundo de esos americanos que buscaban oro y se abrían sitio en el mundo. Contra el mundo. Nada de romanticismo, éxito, disparos o épica. Probablemente mucho más cerca de cómo fue la historia en realidad para miles de hombres y mujeres está esta visión llena de barro, sufrimiento y penurias.