(Portada de El maravilloso Mago de Oz) |
A veces las cosas más buscadas, escondidas y recónditas no están al final de un largo camino de baldosas amarillas, sino en nuestra misma habitación, en un archivador.
Aunque El Mago de Oz se ha hecho popular a través de la película de 1939 protagonizada por Judy Garland, el origen de dicha película y del propio mago está en la obra infantil de Lyman Frank Baum titulada El maravilloso Mago de Oz, publicada en 1900. Aquella primera edición estaba ilustrada por W.W. Denslow y cuenta la historia que todos conocemos en la que una niña llamada Dorothy acompaña a un león cobarde, a un hombre de hojalata sin corazón y a un espantapájaros sin cerebro en busca del Mago de Oz.
Hay historias rebuscadas sobre el origen de ese mágico lugar, Oz, en el que el autor situó otras obras posteriormente, que dicen que es una referencia a la onza como medida del oro ya que el camino de baldosas amarillas es la promesa de oro y riquezas. Pero según parece la realidad es más sencilla. El escritor tenía junto a él un archivador pensado para almacenar y organizar de manera alfabética y en uno de sus cajones estaba las letras O-Z, es decir, un sencillo rango alfabético que iba de la letra O a la letra Z. De ahí tomó el nombre para el Mago de Oz.
Como decía, un nombre que forma parte de la cultura popular y cuyo origen no puede ser más sencillo y casual.