Aunque sea una significativa contradicción, durante mucho tiempo las normas de la caballería y el honor reinaban en las guerras y en las batallas, y el enemigo era el enemigo, pero también era un caballero que merecía respeto. Si luego había que saquear, se saqueaba. Si había que arrasar con pueblos y fortalezas, no había problemas, pero había ciertas normas entre caballeros que eran conocidas y respetadas por todos. Saladino tiene fama de ser un “señor de la guerra” y parece que en no pocas ocasiones trató de forma muy considerada a algunos de sus adversarios, a los que por supuesto, respetaba. En otras ocasiones, cuando el contrario no tenía dicho respeto, la actitud fue otra. Quizás uno de los casos más claros de esta forma de actuar de Saladino se dio en la batalla de los cuernos de Hattin, donde Saladino dejó escapar a Raimundo de Trípoli, con el que había firmado una tregua anteriormente, abriendo las filas durante una carga de este para cerrarlas detrás de él y masacrar al resto del ejército cristiano. Y también dice la leyenda que en una ocasión, Saladino contempló que Ricardo “Corazón de León” se había quedado sin montura durante la batalla y ordenó a uno de sus hombres que le llevaran uno para que continuara la pelea a caballo.