Música

La maldición de la novena sinfonía

De manera similar a la maldición del club de los 27 de la música moderna, la maldición de la novena sinfonía planea sobre los compositores de música clásica. Como veremos, otra leyenda absurdo en realidad, pero que tiene su interés y hasta sus casualidades.

Todo comenzó con Beethoven. Su novena sinfonía es la última que completó. La compuso cuando ya había perdido la audición, y aun así estuvo frente a la orquesta cuando se estrenó la obra en Viena el 7 de mayo de 1824. En realidad la dirección del compositor, según parece, fue un poco pantomima. Tanto es así que en un momento que el público estalló en aplausos y Beethoven no se percató, así que una de las cantantes del coro lo cogió por los hombros y lo hizo girarse para que lo viera.

Había comenzado a trabajar en la novena, de manera un poco más profunda, dos años antes. Y aunque vivió hasta el 26 de marzo de 1827, no volvería a componer ninguna sinfonía. Con él, como decíamos, arrancaba la maldición de la novena sinfonía, que aseguraba que aquel que quisiera crear una décima moría en el intento.

La maldición de la novena sinfonía nació con Beethoven pero dicen que fue Mahler su impulsor

Franz Schubert murió en noviembre de 1828. En octubre de 1826 había estrenado su sinfonía número nueve, la última que pudo escribir. Hay que aclarar que con Schubert había un poco de confusión porque según quién numerara sus obras, la novena podía llevar un número del 7 al 10. Por ello podríamos decir que en realidad sólo compuso siete, pero eso no impidió que se le incluyera dentro de la maldición de la novena sinfonía.

Anton Bruckner murió el 11 de octubre de 1896 y aunque había escrito su novena en gran patre, el último de los cuatro movimientos quedó incompleto. En definitiva, ni se acercó a la décima y podríamos decir que, en su caso, el castigo llegó una obra antes de lo que debía. De todos modos, se le incluye dentro de la lista de los malditos.

Antonín Dvořák es otro caso extraño en este listado de compositores. Sólo cinco de sus sinfonías fueron conocidas en vida y de nuevo hay cierta confusión sobre su orden. No fue hasta después de su muerte cuando se recopilaron sus trabajos con rigor y se descubrió que la que se consideraba la quinta había sido en realidad la novena. Se titulaba Del nuevo mundo y la completó en 1893. Se estrenó en el Carnegie Hall de Nueva York en diciembre de ese año y aunque Dvořák vivió hasta 1904, no hubo ninguna más.

Gustav Mahler fue el precursor de esta leyenda. Se dice que incluso se negó a considerar a una de sus obras como sinfonía, para no verse en la tesitura de tener que acometer una décima. En cualquier caso cayó víctima de este mito. Su novena la compuso entre 1908 y 1909, y se estrenó en 1912 en Viena. Aquel día Mahler no pudo estar presente porque había muerto 13 meses antes, el 18 de mayo de 1911. En resumen, que compuso diez sinfonías pero él no consideraba a una de ellas como tal, así que en su cabeza la novena fue su fin.

Shostakovich rompió el maleficio, pero su novena le trago la ruina

Por supuesto, estamos ante una superstición absurda, como todas. Ya lo vemos en ese grupo de artistas que se consideraron presa de ella. Algunos de los casos están un poco forzados.

Todo acabó el 17 de diciembre de 1953, cuando Dimitri Shostakovich estrenó su décima. Habían pasado 129 años desde que comenzó este mito. Y, por si fuera poco, el ruso llegó hasta la decimoquinta. Pero, en cierta medida, podríamos decir que a él sí le alcanzó la maldición, aunque de otro modo.

Durante la Segunda Guerra Mundial Shostakovich compuso tres sinfonías, la séptima, octava y novena. Las dos primeras se titularon Leningrado y Stalingrado, respectivamente, y de la tercera se esperaba una oda épica, apoteósica y victoriosa. Era el verano de 1945 y los rusos, en el bando aliado, habían ganado la guerra.

El compositor no hizo lo que se esperaba y lo pagó caro. En 1948 fue condenado por el gobierno de Stalin por ser un formalista. En otras palabras, por hacer música de espaldas al pueblo, demasiado formal y teórica como para que la gente la comprendiera y disfrutara. Aquello cortó su carrera y lo llevó a la precariedad. Una vez muerto Stalin retomó la serie de sinfonías.

Por cierto, en 1985, hace cuarenta años, la Unión Europa seleccionó el Himno a la alegría como su himno oficial. Beethoven incluyó parte de una obra del poeta alemán Johann Friedrich Schiller en el movimiento final de su novena sinfonía. El poema se suele denominar Oda a la alegría y la composición musical Himno a la alegría. La siguiente imagen es parte del manuscrito de ese poema.

Manuel J. Prieto

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  • A esta lista greguemos a los compositores Ralph Vaughan Williams (1872-1958), Alexander Glazunov (1865-1936), Egon Welesz (1885-1974), Kurt Atterberg (1887-1974) y Roger Sessions (1896-1985).

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