Trampas y sorpresas en la Primera Guerra Mundial

Explosión de una mina
(Explosión de una mina)

La Primera Guerra Mundial cambió muchas cosas en la historia del mundo en general y en la historia bélica, como es lógico, en particular. En realidad cada gran conflicto incorpora cosas nuevas, aunque habitualmente a un precio muy alto. Por ejemplo, como cuenta Ernst Jünger en el libro Tempestades de acero, basado en sus propias experiencias como combatiente en la Primera Guerra Mundial (impresionantes, todo sea dicho):

En la acción que yo había llevado a cabo se había malgastado una munición que en 1870 habría bastado para toda una batalla.

La acción a la que hace referencia es sencilla, una incursión de unos pocos hombres en las trincheras enemigas con el objetivo de capturar un prisionero al que interrogar.

La capacidad de creación e invención de nuestras cabezas para la destrucción es casi ilimitada, tanto cuando se tienen recursos como cuando no se dispone de ellos. Siguiendo con las batallas, literalmente, que cuenta Jünger en Tempestades de acero, tenemos buenas muestras de ello.

Cuando debido al avance enemigo los hombres de Jünger tenían que abandonar una posición o localidad, dejaban una cuantas “sorpresas” escondidas para el enemigo, algunas de “refinada maldad”, como él mismo reconoce. Al puro estilo de las trampas para animales, dejaban finos alambres tendidos de lado a lado de las entradas de las casas o de las galerías de las trincheras, de tal forma que al menor contacto accionaban cargas explosivas ocultas, con el trágico resultado que supondrán.

En los caminos y carreteras excavan pequeños agujeros en los que escondían una granada. Se tapaba aquello con una tabla y luego se recubrían la tabla con tierra, quedando todo invisible e integrado en el terreno. La tabla tenían un clavo que quedaba casi encima de la espoleta de la granada. El grosor de la tabla era tal que las tropas a pie podrían pasar sin problemas por encima de ella, pero el primer camión o pieza de artillería que la pisara la haría explotar y volaría todo por los aires. Mejor volar un camión o una pieza de artillería que matar a un sólo hombre.

También fabricaban y escondían bombas de efecto retardado. Cuando se veían obligados a dejar una localidad dejaban bombas de este tipo ocultas en las casas, especialmente en los sótanos, donde era más complicado localizarlas y hacían más daño. Estas bombas de efecto retardado tenían dos mitades, separadas por una plancha de metal. Una de ellas estaba repleta de explosivo y la otra contenía ácido. Con el paso de los días e incluso de las semanas, el ácido iba corroyendo la plancha de metal hasta que esta era perforada y la bomba se accionaba. Una bomba de este tipo explotó, por ejemplo, en el ayuntamiento de Bapaume justo cuando las principales autoridades estaban en él celebrando que habían tomado la localidad. Imaginen el resultado.

Fuente: Tempestades de acero, de Ernst Jünger

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