(Batalla de Inkerman) |
La Guerra de Crimea, que enfrentó al Imperio Ruso contra una coalición que entre otros componían Francia, el Imperio Británico y el Imperio Otomano, tiene un gran componente de leyenda y mito en la cultura bélica popular. Quizás por ser una de las primeras guerras en las que la fotografía estuvo presente. Y dentro de esos momentos mágicos, mágicos gracias a siglo y medio de distancia, tenemos algunas grandes batallas, como Balaclava, en octubre de 1854, con su carga de la brigada ligera, o la batalla de Inkerman, de la que vamos a hablar hoy.
El 5 de noviembre de 1854 tuvo lugar en Inkerman, en Crimea, un enfrentamiento entre los rusos y el ejército anglo-francés. Los primeros tenían una superioridad numérica y de artillería aplastante, lo que hace de la victoria de los segundos un hito de la historia militar, que lógicamente los historiadores británicos se han encargado de remarcar desde entonces.
El día era desapacible, nuboso y con una espesa niebla que hacía el combate mucho más complicado de lo habitual. El barro, la nieve y la poca visibilidad llevaron a que la caballería y la artillería no fueran todo lo eficaces que solían ser y, como otras muchas veces, la infantería, los soldados de a pie, tuvieron que ganar, o perder, aquella lucha para su bando.
La batalla de Inkerman es conocida como la Batalla de los Soldados. Pequeñas unidades de infantería que a menudo quedaron aisladas en el campo de batalla tuvieron que decidir y pelear sin órdenes directas. Los mandos no podían dar instrucciones y plantear la batalla de manera global por la falta de visibilidad. Es más, algún regimiento llegó a perder la mayor parte de sus oficiales, por lo que no sólo estaban los soldados del regimiento aislados, sino que además no tenían oficiales a los que preguntar sobre cómo actuar y tuvieron que tomar las decisiones ellos mismos.
Por todo ello, y ahondando así en el mito, la batalla de Inkerman se conoce como la Batalla de los Soldados.