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(Trinchera en Verdun en 1916) |
Durante la Primera Guerra Mundial, el duro invierno que unió 1916 y 1917 se sumó a todas las demás penurias que atormentaban a los soldados en el frente occidental. Todo lo que podía echarse al fuego y por lo tanto calentar ya había sido quemado y los pueblos y las casas de la zona se habían quedado sin muebles, puertas, suelos… Poco a poco todo lo combustible se iba agotando.
En aquel terrible lugar y momento un soldado recibió el mandato, de sus propios compañeros de regimiento, de salir de las trincheras y buscar cualquier cosa que pudiera echarse al fuego. El frío era insoportable. Briggs, que así se llamaba aquel tipo, se dirigió una localidad cercana que había sido reducida a escombros casi en su totalidad, ya que la iglesia aún mantenía las paredes en pie. Como era de esperar, ya había sido saqueada en busca de maderas para el fuego.
Tras un primer vistazo se dio cuenta de que en las paredes aún quedaban un par de docenas de estatuas de piedra pintadas. Briggs, a pesar de todo, golpeó una de aquellas figuras religiosas, que estaban en algo pero no inaccesibles, y se le abrió el cielo, nunca mejor dicho, cuando el sonido que recibió de sus golpes le llevaron a pensar que aquellas estatuas eran en realidad de madera pintada.
Briggs volvió a la posición de su regimiento con aquel combustible para el fuego y todos sintieron, al menos por un rato, que los santos estaban de su lado. Casi literalmente.
Fuente: Military’s strangest campaigns and characters, de Tom Quinn
Sin duda alguna, una de las batallas más duras de todos los tiempos…