| Saint-Pierre después de la erupción |
En mayo de 1902, en la isla de Martinica, en el Caribe, había dos hechos importantes en marcha: unas elecciones y la actividad del volcán Monte Pelée. Este último estaba expulsando a la atmósfera ya gran cantidad de humo y cenizas, lo que era preocupante pero estaba en un segundo plano para Louis Mouttet, gobernador de la isla. Este hombre tenía en la primera posición de su lista de preocupaciones las elecciones que estaban a punto de celebrarse. De hecho, pensaba que el volcán podría ser un elemento clave a la hora de cumplir sus objetivos políticos.
El gobernador, pensando en que el pánico entre la población podría provocarle problemas, ordenó al director del diario local que en sus noticias restara importancia a la actividad volcánica del Monte Pelée y no hablara del riesgo del erupción. No contento con esto, bloqueó los caminos de salida de la ciudad para que la población no pudiera huir y visitó la ciudad de Saint-Pierre, en las faldas del volcán, tres días antes de las elecciones para transmitir tranquilidad.
Pero ya saben ustedes que cuando uno hace planes, la naturaleza, o Dios, según las versiones del dicho, se ríe. Y así fue en aquella ocasión. El gobernador estaba apurando los días para que las elecciones se celebraran sin problemas, evitando que la gente huyera por miedo al volcán, cuando este entró en erupción. Al día siguiente de la visita del gobernador a Saint-Pierre, el 8 de mayo de 1902, poco antes de las 08:00, el Monte Pelée comenzó a vomitar cenizas y gases ardiendo sobre la isla de Martinica. Como decía, la naturaleza no hace caso de los planes de los humanos y aquel volcán se llevó por delante a todos, a los partidarios del partido del gobernador y a los otros. Treinta mil vidas fueron arrasadas en unos minutos, entre las cuales estaba la del propio gobernador. Pero no todos murieron, y aquí, una vez más, parece que la naturaleza se burla del hombre y sus planes.
Hubo dos supervivientes al desastre en toda la isla, sin contar los que habían huido, y uno de ellos era un prisionero al que salvó su propia celda, al estar esta enterrada. Este hombre, el preso que salvó su vida, era un condenado a muerte y la fecha prevista para su ejecución era justo el día siguiente, es decir, le quedaban menos de veinticuatro horas de vida cuando el Monte Pelée le brindó una segunda oportunidad. Auguste Ciparis, que era como se llamaba, tuvo la suerte de ver finalmente su pena conmutada y es que si la naturaleza le había perdonado, quién es el hombre para enmendarle la plana a un volcán.
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Qué cosas más terribles ocurrían antiguamente: un político que anteponía sus propios intereses al bienestar de su pueblo...
... guiño-guiño :-)
No quiero ni pensar lo que ocurriría hoy si un político intentara hacerlo ;)