Hasta no hace mucho, cuando llegaba el momento de preparar la maleta para algún viaje o para pasar un tiempo fuera de casa, había que hacer una anticipación mental de los libros que a uno le iba a apetecer leer y echar esos, y algunos más, al petate. He de confesar que habitualmente yo siempre llevo más de los necesarios, aunque el libro electrónico ha disminuido algo este problema. Alguna riña me ha caído por ese afán viajero de mis libros y hasta ahora no tenía argumento para rebatir dichas riñas, pero acabo de descubrir a Abdul Kassem Ismael.
Este hombre, sabio y gran visir persa, nacido en el año 936 y muerto en el 995, viajaba siempre acompañado de su biblioteca. Y no podemos decir precisamente que esta fuera pequeña, ya que estaba formada por unos ciento diecisiete mil volúmenes. ¿Cómo transportaba tal cantidad de obras? Las ruedas de aquella biblioteca, si se pueden llamar así, eran cuatrocientos camellos que marchaban en perfecta y ordenada fila india. Y remarco lo de ordenada, ya que cada camello tenía su posición concreta. De ese modo los libros seguían clasificados y colocados a pesar de encontrarse en tránsito y los bibliotecarios podían llevar a su señor cualquier obra que pidiese en cualquier momento.
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