El proyecto Manhattan y el despiste en Princeton que pudo acabar con el secreto

El proyecto Manhattan y el despiste en Princeton que pudo acabar con el secreto

Llevaba un tiempo queriendo leer alguno de los libros autobiográficos, al menos en cierta medida autobiográficos, de Richard P. Feynman. Era un hombre admirable y sorprendentemente desde muchos puntos de vista, con una gran mente, pero también con mucho sentido común, sentido del humor y con mucho ánimo para compartir sus conocimientos. En el libro El placer de descubrir se recogen fragmentos de otras obras y de conferencias de Feynman. Entre otras cosas, cuenta parte de su participación en el proyecto Manhattan, ya saben, la creación de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial.

Feynman era físico y, aunque entonces aún era joven, ya destacaba lo suficiente como para formar parte del proyecto. Dos décadas más tarde, en 1965, sería merecedor de un premio Nobel. Estudió en el MIT y en Princeton, y precisamente durante el traslado desde Princeton, en el noroeste del país, hasta Nuevo México, tuvo lugar una anécdota que no tuvo importancia pero que podía haber dado al traste con el secreto del proyecto Manhattan.

Eran muchos los investigadores que se iba a trasladar desde Princeton a Nuevo México para el proyecto, y lógicamente con ellos tenía que viajar un cierto volumen de instrumental. No hay que olvidar que Estados Unidos estaba en plena guerra y que podía haber espías, por lo que debía mantenerse el secreto del proyecto todo lo posible. Entre las instrucciones que se dieron a los científicos de cara al viaje se les recomendó que no compraran un billete de tren en Princeton, ya que esta estación era muy pequeña y la acumulación de billetes con destino a Alburquerque, en Nuevo México, levantaría sospechas de que algo estaba ocurriendo.

Feynman, con sentido común, pensó que si todo el mundo seguía las instrucciones y compraba los billetes para viajar desde otro lugar a Alburquerque, no pasaría nada si él lo hacía en Princeton. Así lo hizo. Cuando llegó a la estación y pidió un billete para Alburquerque, se dio cuenta del error de las inteligentes cabezas de Princeton.

El empleado de la estación le dijo a Feynman al ver que iba a Alburquerque: ¡Oh! Así que todo este material es para usted. Al parecer, los científicos habían hecho caso y no habían comprado los billetes directamente allí para no levantar sospechas, pero en cambio no habían pensado en un método alternativo para enviar sus materiales. Así, cajas y cajas llenas de material se habían estado facturando en Princeton con destino a Nuevo México durante las últimas semanas.

De igual forma que el viaje de mucha gente podría haber levantado sospechas, el envío de material podría haber llevado al mismo punto. El empleado de la estación asumió que el viaje de Feynman justificaba todos aquellos envíos y, como sabemos, aquel pequeño error quedó tan sólo en una anécdota. Este error puede parecer algo sin importancia, pero por mucho menos se han descubierto otros secretos. En temas de espías, cualquier precaución es poca.

Por cierto, en la foto superior, el tipo del abrigo oscuro de la segunda fila es Oppenheimer y el jovencito de su izquierda es Richard Feynman.

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