Los tres deseos de Alejandro Magno antes de morir

La muerte de Alejandro Magno, por Karl von Piloty
(La muerte de Alejandro Magno, por Karl von Piloty)

Aprovechar la historia, sus grandes hombres y sus mitos para generar lecciones de vida, es algo tan tentador como adecuado. En algunos casos, se pone por delante el propio mensaje, lo que se quiere contar, a la certeza histórica absoluta, y debe perdonarse. Probablemente sea este el caso de la historia en torno a la muerte de Alejandro Magno y las peticiones que hizo antes de fallecer sobre cómo deberían ser su entierro y su sepulcro. Es una leyenda, y en mi opinión no encaja del todo con lo que se sabe del propio Magno, pero como narración y lección, dicha leyenda es buena.

Alejandro III de Macedonia, Alejandro Magno, falleció en junio del 323 a.C. a los 33 años de edad. Viendo que la muerte se acercaba, le expuso a sus cercanos y generales cómo quería que fuera su despedida.

  1. Su ataúd debía ser portado en procesión hasta la tumba por los mejores médicos.
  2. Todos los tesoros que había acumulado en sus 13 años de conquista, que formaban varias fortunas en forma de oro, plata, piedras preciosas, joyas… debían ser esparcidos por el camino que llevaba a su tumba.
  3. Sus manos, las manos del rey macedonio, debían quedar fuera del sepulcro y a la vista de todos, colgando.

Como era de esperar, ante tan insólitas peticiones por parte de su moribundo rey, algunos de sus generales le preguntaron el porqué de esos deseos. Y entonces llegó la lección de vida:

  1. Deseo que los médicos porten mi ataúd y carguen con mi cadáver para que ellos y todos sepan que ni los mejores entre los médicos de los hombres tienen nada que hacer ante la muerte.
  2. Deseo que el camino hacia mi tumba quede cubierto con mis tesoros, para que todos comprueben que los bienes materiales conquistados en este mundo, en este mundo quedan.
  3. Deseo que mis manos queden a la vista de cualquiera para que no haya dudas de que venimos a este mundo con ellas vacías y que con las manos vacías nos despedimos de él.

Como decía, una bonita leyenda y unas moralejas, tan básicas como ciertas. Esta historia me recuerda a la de la muerte de Felipe II, cuando el rey quiso dar a su hijo una lección parecida a la que se desprende de esta curistoria. Por cierto, da la casualidad de que hoy he pasado la mañana en el Monasterio de El Escorial, donde murió y está sepultado Felipe II.

Fuente: RNE – Apuntes de sabiduría

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