El curioso origen de La isla del Tesoro

Mapa del tesoro creado por Robert Louis Stevenson.
(Mapa del tesoro creado por Robert Louis Stevenson)

Hay gente que nace para contar historias y le da salida como puede a ese vicio, escribiendo, aburriendo a los parroquianos del bar donde toma café, inventando mentira tras mentira que suelta a todo el que se cruza en su vida, o narrándole cuentos a los niños antes de dormir. Robert Louis Stevenson, el escocés nacido en 1850 y que creó algunas de las historias clásicas de la cultura, es un buen ejemplo de este tipo de personas.

Stevenson usó varias de las formas que antes enumeraba, aunque hay muchas más, para compartir sus historias. Sirva de confirmación que durante los últimos años de su vida, que pasó en Samoa, una isla de Pacífico Sur, los aborígenes de aquel lugar lo llamaron Tusitala, que venía a significar, el que cuenta historias. Pocos nombres tan bonitos puede haber para aquel que creó El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde y La isla del tesoro, entre otros. Stevenson también escribió, y cómo escribió, y escribió a pesar de todo. Según él mismo, durante años escribió sin un solo día de buena salud, y a pesar de todo, había escrito. Escribió con hemorragias, enfermo, con tos, con la cabeza dando tumbos…

Y no acaba ahí la cosa, ya que el origen de la magnífica historia de La isla del tesoro, clásico entre los clásicos y paradigma del mundo de los piratas, tuvo un origen curioso que muestra también la incontenible imaginación de Stevenson. En un verano, de vacaciones, el escritor se acercó a su hijastro, que entonces tenía 12 años, mientras este acababa de pintar un mapa con sus acuarelas. Era el mapa de una isla y el escritor no pudo aguantar su afán por contar historias y comenzó a darle nombre a los lugares del dibujo del niño y al final escribió en una esquina del papel La isla del Tesoro. Y mientras iba inventando, iba contando a su hijastro que había un tesoro enterrado, unos piratas, una isla llamada del Esqueleto que ocultaba algunos secretos, que un hombre había sido abandonado en aquellos lugares…

El niño y Tusitala se entusiasmaron tanto con el mapa y la historia que, al día siguiente, Stevenson había escrito el primer capítulo de La isla del tesoro. Y a partir de aquel primer texto, como un rutina más de las vacaciones, el escritor creaba un nuevo capítulo cada jornada y luego lo leía en voz alta a su familia, que hacía comentarios y propuestas. Muchas de ellas acabaron en el relato final, que poco después se publicaría.

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