Cuando la ignorancia salva vidas

Milicianos de la Guerra Civil
Milicianos de la Guerra Civil

Hace menos de un mes, concretamente el 8 de abril de 2013, murió en Madrid José Luis Sampedro, como todos ustedes sabrán. Nacido en Barcelona en 1917, si hacen las cuentas le saldrá que vivió noventa y seis años. Y tanto tiempo da para hacer muchas cosas, aunque él hizo muchas más de las que cualquier de nosotros soñamos: estudió, fue escritor, político, un importante economista, profesor, conferenciante… Su capacidad de trabajo me asombra y debería hacernos enrojecer las mejillas cuando nos escudamos, el que escribe incluido, en excusas y tareas para no hacer algo. Vivió tanto este hombre y con tanta intensidad que hasta luchó en ambos bandos en la Guerra Civil Española, y precisamente en esa época está encuadrada la curistoria de hoy.

Contaba Sampedro en una conferencia que un día, en plena Guerra Civil, iba paseando por el paseo de Pereda de Santander, en aquel momento en manos republicanas, cuando fue testigo de cómo el lenguaje, aunque más bien fue la ignorancia, salvó una vida. Delante de él caminaba un hombre y tras dicho hombre dos milicianos. Entonces un cuarto se acercó a los milicianos y les dijo que el que caminaba ante ellos era un cura. Ya podrán ustedes imaginar lo que aquella delación suponía, si no la muerte para el sacerdote, sí algunos problemas graves. Los milicianos pararon al hombre y le pidieron la documentación.

El sacerdote, supongo que algo agobiado y asustado, les entregó la cédula personal y el miliciano que la tomó comenzó a leer. Después del nombre y apellidos, llegó a la profesión, donde ponía presbítero. Decía Sampedro que leía aquel un poco entrecortadamente. Entonces, después de leer la profesión, suspiró el miliciano y se la devolvió al asustado cura diciéndole: “anda, anda, toma y márchate, que nos habían dicho que eres cura”. Los que estaban mirando, como el propio Sampedro, se convirtieron en cómplices de la ignorancia del miliciano y ninguno lo sacó de su error. El cura, lógicamente, se fue rápido y salvó la vida.

La ignorancia del miliciano, que no sabía que presbítero y cura venían a ser lo mismo, permitió al sacerdote salvar la vida al menos en aquella ocasión. Arropada la ignorancia, como decía, por la complicidad del resto de transeúntes.

Fuente: Escribir es vivir, de José Luis Sampedro

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