Exponiendo esta postura andaba mientras el carruaje cruzaba un puente cuando vieron un cerdo atrapado en el barro en el cauce del río. El presidente pidió que pararan el carruaje y se apeó. En mitad de la lluvia, se metió en el barro y sacó de allí al cerdo poniéndolo a salvo. Cuando, totalmente embarrado, Lincoln subió de nuevo al carruaje, su compañero de viaje pensó que aquella oportunidad era perfecta para echar por tierra, quizás sería mejor decir «al barro», aquella teoría sobre que las personas siempre buscan, únicamente, su felicidad.
«En absoluto» fue la respuesta que recibió el interlocutor de Lincoln, seguido de: «lo que he hecho es perfectamente consistente con mi teoría. Si no hubiera salvado al cerdo, me habría sentido terriblemente».
Difícil discusión la que podríamos abrir, sin duda. ¿Por eso parecen ser más felices aquellos que no tienen conciencia? Pero también, si a ustedes esto le parece un tema demasiado serio, quédense con que una vez, según esta historia, un cerdo hizo meterse en el barro a un presidente. Esta segunda reflexión sí que puede dar juego.
Gracias a Miguel A. Calvo por la curistoria. Una vez más.
Fuente: Federal Reserve
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Peor han sido las ocasiones en que un cerdo de presidente ha metido en el barro a los ciudadanos. De esas sí que hay.
Y lo que te rondaré, morena!
Qué buena frase Trecce, eso sí que es verdad.
Albareto, hasta el final de los días, seguro.
Gracias por los comentarios.