Les voy a hablar hoy de un detalle minúsculo en un cuadro mayúsculo, que es una de esas historias que nos gustan aquí en Curistoria. Una forma ligera de comenzar el curso, de ir retomando, después del verano, la costumbre de escribir historias para compartirlas con ustedes. En concreto les voy a hablar de el ojo oculto en La Piedad de José de Ribera y sobre cómo se descubrió dicho ojo.
He visitado no hace mucho la exposición Lo oculto en las colecciones Thyssen-Bornemisza, en el museo Thyssen. Es una exposición temporal muy recomendable, donde usando temas oscuros y esotéricos como hilo conductor, se compone una propuesta muy interesante. Se agrupan las obras según temáticas como la alquimia, la astrología o la demonología. Recorre varios siglos y sólo por ver el fascinante Cristo resucitado de Bramantino, de 1490, ya merece la pena la visita.
Otra de las obras importantes de la exposición es La piedad, de José de Ribera. Esta ha sido seleccionada para la parte que gira en torno al demonio, por un ojo que se oculta en un pliegue del sudario de Cristo. Es curioso cómo se descubrió ese ojo, ese personaje oculto en el cuadro. Arriba pueden ver el cuadro de Ribera, de 1633, completo. Y aquí debajo el ojo del que hablamos. Es complicado verlo hasta que lo ves, y luego ya no puedes dejar de verlo. Porque creanme que se ve claramente.
La radiografía y la fotografía ultravioletas hechas al cuadro para estudiarlo a fondo han revelado que no ha habido alteraciones en esa zona del lienzo desde que fue pintado. Esto es, el propio José de Ribera pintó ahí el ojo, con todo el detalle y con toda la intención. No se trata de unas pinceladas que nosotros interpretamos con cierta imaginación. No. En mi opinión, Ribera definió ahí perfectamente un ojo y casi una cara completa de la que basta un ojo para hacerse una idea.
Según cuenta la cartela que acompaña al cuadro en la exposición, el detalle del ojo fue descubierto por un guarda del museo, que lo comentó con algún compañero y así llegó a hacerse popular en el museo. Como decía, una vez que sabes que está ahí, es obvio y es imposible no reparar en él. Ahora ya no sólo es popular el ojo entre el personal del museo, sino también fuera de él. Me ha recordado este hecho del descubrimiento del guarda a una frase de la canción Jamón de mono de Los Burros, el grupo de música de Manolo García y Quimi Portet antes de crear El último de la fila. La frase en cuestión dice: tiene más tiempo libre que un taxista.
Y es que el tiempo que tienen los guardas del museo delante de los cuadros, día tras día, seguro que les da para mirar y volver a mirar. En esta ocasión, ese mirar descubrió un ojo que miraba de vuelta, por decirlo de algún modo, y que es algo más que un detalle curioso en la obra.
¿Ese ojo es el maligno, que nunca descansa? ¿Pertenece quizás al propio autor? Es cierto, que no está muy lejos de la firma del cuadro. ¿Es el ojo de Dios? Podría ser, pero lo cierto es que es un ojo colérico, encendido. Quién sabe las intenciones de Ribera, pero desde luego es sorprendente y atractivo.
La imagen del cuadro la he tomado de la propia web del museo.
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