La historia se repite con la quema y prohibición de libros

La historia se repite con la quema y prohibición de libros

Aunque he seleccionado dos casos, la historia del ataque a los libros y otras formas de cultura no hace más que repetirse. Y ahí seguimos. Les hablé hace un tiempo de Quemar libros, la obra de Richard Ovenden, que trata sobre este afán humano. Hoy selecciono un par de casos para que veamos cómo la historia se repite con la quema y prohibición de libros, con este vicio tan humano. Siempre, por supuesto, convencidos los que lo hacen de ser los portadores de la razón.

En mayo de 1933 los nazis tiraron a la hoguera miles de libros, muchos de ellos, hoy son clásicos indiscutibles

La quema de libros por parte de los nazis es uno de esos hechos que marcan su camino hacia el abismo. Un paso que parecía pequeño, pero que era un paso más. El 10 de mayo de 1933, años antes de que el Holocausto fuera una salvaje realidad, los nazis, muchos de ellos profesores y estudiantes, hicieron una quema masiva de libros en Alemania. Los autores y las obras que ellos consideraban peligrosas, indecentes o que iban contra su idea del mundo, acabaron en la hoguera. Un acto que era mucho más que simbólico.

Franz Kafka, Heinrich Mann, Ernest Hemingway, Emile Zola, Bertolt Brecht, Walter Benjamin, Sigmund Freud, Stefan Zweig… todos a la hoguera. Los nazis pensaban que lo único que podia sobrevivir a su alrededor era aquello en línea con su visión del mundo. Todo lo que no encajara en su marco conceptual debía ser destruido.

Ya que hablamos de nazis y de la Segunda Guerra Mundial, podemos usar el título de la película de Tarantino para referirnos a los que quemaban libros: Malditos bastardos.

La historia se repite con la quema y prohibición de libros y los mismos estadounidenses que reprocharon a los nazis sus actos, los copiaron después

Una década después, en mayo de 1943, en Estados Unidos se marcaba aquella quema de libros alemana como un ataque a la libertad de expresión. Un ataque a la libertad, en general, y un ataque al propio pensamiento. Un eslogan de aquellos días en el país norteamericano era: Nosotros no quemamos libros, construimos bibliotecas.

Frank Capra, el director de ¡Qué bello es vivir! o Arsénico por compasión, dirigó en 1942 une película de propaganda militar estadounidense. Se titulaba Why we fight Prelude to war. En ella se decía que la libertad de leer los libros que uno quisiera era una de los derechos atacados por los alemanes y una de las razones por las que Estados Unidos estaba en la guerra.

Siguiendo con el mundo del cine, en 1960 se estrenó la magnífica Espartaco, dirigida por Stanley Kubrick y basada en una novela de Howard Fast. El escritor, nacido en Nueva York en 1914, era comunista y por ese motivo fue procesado por el Comité de Actividades Antiamericanas. Fast acabó preso y los norteamericanos quizás no quemaban libros, pero los prohibían y los apartaban de la circulación, que, en definitiva, es lo mismo.

El autor de Espartaco fue rechazado por varias editoriales por ser comunista

El propio J. Edgard Hoover, el primer director del FBI, prohibió la publicación de Espartaco. Casi una decena de editoriales siguieron esa orden del gobierno estadounidense y se negaron a publicar a Fast por ser comunista. Entre ellas, Brown & Co, la que era hasta el momento su editorial.

Por suerte el autor recibió una llamada del jefe de una cadena de librerías diciéndole que lo habían cancelado, como se dicen en nuestros días, pero que si él editaba la novela por su cuenta su cadena le encargaría algunos centenares de ejemplares. Así fue como se publicó Espartaco.

Es sólo un ejemplo, porque el Comité de Actividades Antiamericanas metió sus zarpas con descaro en todos los sitios donde pudo. Y lo hizo en el país que se enorgullecía de hacer bibliotecas y no quemar libros, en contraposición a lo que habían hecho los nazis. Como decíamos antes, malditos bastardos.

Este mal vicio de quemar, prohibir y cancelar está hoy tan vivo como siempre

En las últimas semanas hemos leído que se quieren retocar las obras de Roald Dahl, que se cambian los textos en algunos libros para encajarlos en determinadas ideas o que se cancela a Harry Potter por algo que ha dicho J.K. Rowling. Antes le tocó a Woody Allen y a otros cuantos. No entro ya en el derecho que tiene alguien a tocar lo que un escritor ha creado. Ese alguien tiene derecho a leer o no leer lo que el escritor hizo. Tiene derecho a pensar lo que quiera sobre lo que se escribió, y a decirlo. Pero no tiene derecho a modificarlo porque no coincida con sus ideas, creo yo.

No es tan distinto quemar libros en el 33 en Alemania, de prohibir su publicación en el 43 en Estados Unidos. Y no es todo esto diferente de cancelar a un autor o pedir que retiren sus libros porque sus ideas o su narración no encaja en la visión del mundo de aquellos que son intelectualmente miopes, es decir, que su visión no llega muy lejos, pero tienen fuerza o poder para llevar a cabo esa cancelación.

Los que hoy cancelan caen en la trampa de pensar que los otros se equivocan y ellos tienen razón. Pero todos siempre han estado convencidos de tener razón. Los nazis estaban seguros de que los libros judíos atacaban el corazón de Alemania. Los anticomunistas americanos de que el comunismo era el mal absoluto. Y los censores de hoy están convencidos de que sus motivos son buenos para pedir que se arrinconen y cambien libros (¡y lo consiguen!).

Lo que decía, malditos bastardos.

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