Hay una historia que se cuenta de Margaret Mead, una antropóloga estadounidense nacida en 1901 que además escribía poesía, que hace bueno aquello de se non è vero, è ben trovato. Y recalco la faceta de poeta de Mead porque la historia tiene un eje poético que la sustenta y la hace más interesante. Es una reflexión sobre cuándo comenzamos a ser humanos.
Cuándo comenzamos a ser humanos quizás tenga que ver con el momento en que comenzamos a cuidar de otros miembros del grupo
La historia en cuestión dice que un estudiante le preguntó un día a Margaret Mead cuál consideraba ella como el momento clave en que nació la civilización. Cuándo el hombre se convirtió en humano. El estudiante esperaba que ese punto de inflexión en la evolución estuviera en la creación de algún tipo de herramienta, en el arte o algo similar. Pero no fue así.
Mead dijo que el primer signo de civilización está en el fósil de un fémur roto y sanado. Se soldó ese hueso tan importante del cuerpo y justo eso es lo que nos hizo humanos. La clave de ese detalle está en que, en la naturaleza y por lo general, no se sobrevive tras la rotura de un hueso que hace imposible caminar, como es el caso de un fémur. Eso quiere decir que otros humanos cuidaron de él mientras tenía el hueso roto y le procuraron comida, bebida y protección. Y ahí está el punto de inflexión.
Cuidar a alguien que está en problemas nos hizo civilizados. Nos hizo humanos, según esta historia que se atribuye a Margaret Mead. Y digo se atribuye porque, aunque es muy bonita, por eso hablaba antes de poesía, no hay certeza de que ocurriera, aunque tampoco se puede afirmar que sea una leyenda. Lo que sí es cierto es que hay pruebas de cómo desde muy pronto los antecesores del ser humano se cuidaban unos a otros.
Miguelón y Benjamina, de la Sima de los Huesos de Atapuerca, son casos de esos cuidados dentro del grupo
Sin ir más lejos, el famoso Miguelón de Atapuerca es un caso de estos cuidados del grupo hacia uno de sus miembros. Miguelón, hallado en la Sima de los Huesos y bautizado así en honor a Miguel Induráin, es un cráneo que según la datación tiene unos 430.000 años de antigüedad. Corresponde a un homo heidelbergensis, anterior a los neandertales.
Miguelón murió por una infección en un diente, que se acabó extendiendo y afectando al cerebro. Probablemente, ese problema en el lado izquierdo de su mandíbula y su cabeza le causó muchos dolores y le impidió masticar durante un largo periodo. En ese tiempo alguien del grupo tuvo que cuidar de él e incluso es posible que masticara los alimentos para que Miguelón los pudiera comer.
Hay otro caso similar en Atapuerca. Benjamina, una niña de la misma datación que Miguelón, nació con una lesión craneal y vivió algunos años. Esto indica de nuevo que el grupo, que otros humanos, cuidaron de ella. E incluso hay algún caso muy anterior a estos.
Sea o no cierta la historia del fémur sanado que se cuenta de Margaret Mead, tiene un sentido interesante y poético. Es cuidar unos de otros lo que nos hace humanos, aunque es obvio que algunos animales tienen comportamientos en este sentido. Y me atrevo a decir que es eso mismo lo que nos ha hecho evolucionar y llegar a lo que somos hoy. Incluso viendo un ello una cuestión meramente práctica. Quién sabe si Miguelón era el único de su grupo que sabía dónde conseguir determinadas plantas o buscar agua cuando había sequía. Perderlo antes de tiempo hubiera sido malo para todos.