Nos hemos acostumbrado en estos tiempos de pandemia a que nos tomen la temperatura al entrar a determinados espectáculos, museos o incluso que la tomen al entrar en los colegios. Un poco de fiebre puede ser la señal que indique que el temido virus ya no sólo nos ronda, sino que nos ha infectado. Y sabemos que hasta los 37 grados la temperatura es la esperada. Y ese umbral se conoce desde hace casi dos siglos, a pesar de los errores en las primeras mediciones de la temperatura corporal. Algunos, errores de base.
Los errores en las primeras mediciones de la temperatura corporal van de termómetros mal calibrados a conversiones mal hechas
El pionero de la medición sistemática de la temperatura fue Carl Reinhold August Wunderlich. Este hombre era alemán y había nacido en agosto de 1815. Su padre, que también era médico, falleció cuando él era niño y la vida con su madre, que era francesa, lo acercó a la cultura del país natal de su padre. Cuando creció y se hizo doctor, Wunderlich se interesó por varios campos y fue un pionero en varios aspectos relacionados con la medicina. Además, confiaba firmemente en el método científico y dentro de esas ideas en las que abrió camino empíricamente está el registro de temperatura corporal.
Sabiendo que la temperatura del cuerpo era determinante en la salud, el alemán se propuso medirla y medirla, muchas veces y de muchos pacientes. Sanos y enfermos. Y así determinar cuál era el rango normal de nuestra temperatura corporal. Metódico como pocos, Wunderlich estuvo casi dos décadas poniendo el termómetro a la gente. Se estima que unas 25.000 personas pasaron por sus termómetros. Y la cantidad de mediciones que consiguió reunir estuvo en torno al millón. Como decía, tesón y método no le faltaban.
Imaginen un millón de registros apuntados en papel y a pluma, ya que hablamos del siglo XIX. De esa marabunta de números fue capaz de sacar que los 37 grados era el límite entre lo sano y lo enfermo. O al menos el punto donde se pasaba del valor normal. No olviden que la fiebre es un método de defensa del cuerpo frente a los males. Hablo de memoria y no quisiera equivocarme, pero leí alguna vez que cada grado que sube nuestro cuerpo cuando está luchando contra un virus, hace que este se reproduzca unas 200 veces más lento.
Al traducir sus estudios al inglés y pasar a grados Farenheit, la exactitud de los valores aumentó por arte del error de cálculo
Cuando Wunderlich hizo públicos sus datos y sus conclusiones, nadie se atrevió a rebatirlo, entre otras cosas porque nadie había llevado ese estudio tan lejos. Ni tenía tantos registros. Tan importante fue esta aportación al mundo de la medicina que los termómetros que había usado el alemán acabaron en un museo. Y cuando más tarde se estudiaron, resultó que algunos estaban mal calibrados. El error, curiosamente, casi se solucionaba por sí solo porque el doctor medía la temperatura en la axila en lugar de en otras vías más internas, por decirlo finamente.
Pero no acaba aquí la cosa. Wunderlich determinó que el punto medio eran los 37 grados, pero que la variabilidad de sus mediciones era de aproximadamente medio grado por cada lado. Su margen de error era de casi un grado y por lo tanto el rango iba de los 36,5 grados a los 37,5. Cuando se tradujo su trabajo al inglés, se cambió la unidad de medida, pasando de centígrados a Fahrenheit. La equivalencia para 37 grados centígrados son 98,6 grados Fahrenheit y así se escribió. Pero la variabilidad no se convirtió y se dejó en un grado. Esto es, un grado centígrado pasó a un grado Fahrenheit como si fueran lo mismo.
Así, por arte de error de cálculo, la exactitud de las mediciones se multiplicó. En la práctica no era algo importante porque la temperatura corporal fluctúa y no es un umbral claro y único el que tenemos, pero desde luego es una forma de echar por tierra el trabajo de un tipo que tomó, guardó y estudió registros durante casi 20 años y de 25.000 personas. Los números y la medicina van unidos, como ya demostró Florence Nightingale, con la estadística y la enfermería.
Esta historia la conocí en el libro 10 reglas para comprender el mundo, escrito por Tim Harford. Un libro sobre datos y estadística que, como suele hacer Harford, acaba resultando en una lectura divertida, original y enriquecedora.