En los últimos días se ha hablado mucho de suicidios, al menos aquí en España. Y es raro, por aquello del mito del Efecto Werther y los suicidios por imitación. Pero esto me ha recordado una historia que leí hace unos meses en el libro Hablar con extraños, de Malcolm Gladwell. La idea tiene que ver con aquella frase que se pregunta si cuando un hombre se suicida, es un suicida más o un suicida menos. Cómo el gas natural redujo el número de suicidios en Inglaterra en los años 60 del siglo pasado nos da una pista sobre la respuesta.
Cómo el gas natural redujo el número de suicidios es un ejemplo que apunta a que quien evita la ocasión tiene mucho ganado
Lógicamente, si uno piensa que cuando alguien se suicida es un suicida más, está dando a entender que es el acto de quitarse la vida lo que le otorga esa categoría. Por otra parte, si piensa que cuando alguien se quita la vida lo que tenemos es un suicida menos, se inclina más por pensar que uno tiene tendencias suicidas que arrastra de lejos o incluso desde muy joven y que por lo tanto lo es ya antes de morir.
El libro de Gladwell, como todos los suyos, está cargado de buenas historias y razonamientos interesantes. Hay algunos puntos o teorías que expone Gladwell con las que uno no puede estar de acuerdo, pero sus libros son siempre ilustrativos. Lo que les cuento hoy no está exento de posibles replicas. En este Hablar con extraños, explica cómo en los años 60 del siglo pasado, el gas natural fue sustituyendo en Inglaterra al gas ciudad. Estos dos gases tienen características diferentes, lo que obligó a cambiar la infraestructura dentro y fuera de las casas. Nuevos hornos, cocinas y estufas se hacían necesarios. Por esto tardó una década en generalizarse el gas natural en los hogares.
El gas ciudad contenía hidrógeno, metano, dióxido de carbono, nitrógeno y monóxido de carbono. El gas natural estaba compuesto básicamente por metano, etano, propano y pequeñas cantidades de otros gases. En concreto, una cantidad nula de monóxido de carbono. Esto es importante, porque si uno metía la cabeza en un horno de gas ciudad e inhalaba el tiempo suficiente, perdía la vida. En cambio, con el gas natural, todo concluía con un dolor de cabeza.
A medida que el gas natural llegaba a los hogares, el ratio de personas que se quitaban la vida caía
Por lo tanto, el gas ciudad permitía a la gente suicidarse en su casa, sin usar un arma, sin derramar sangre y sin dolor. Al pasar al gas natural, esta forma de suicidio desapareció del alcance de la población, por lo que para quitarse la vida tenía que recurrir a otros métodos que requerían más valor (no sé si es la palabra adecuada), más preparación o más sangre fría.
Esto hizo que el número de suicidios por millón de habitantes cayera drásticamente en Inglaterra a medida que se extendía el uso del gas natural. La siguiente gráfica, tomada del libro, lo muestra. Es más, según cita Gladwell, las subidas de los años 20 y 30 se deben a que cada vez mayor número de hogares tenían gas ciudad, el gas que servía para abrir el horno y suicidarse.
Por supuesto, esto que cuenta Gladwell no deja de ser una explicación o teoría, pero admite dudas. Por ejemplo, puede haber otros temas influyendo que coincidieran en el tiempo o puede que existan relaciones indirectas con otros factores. En cualquier caso, es una conclusión lógica y sorprendente.
Podríamos decir, por tanto, que un suicida se hace. Se convierte en ello en el momento en que se quita la vida. Y lo que es más importante, todo esto nos viene a decir que el que evita la ocasión, a menudo sale adelante y no vuelve a intentar quitarse la vida. Esto sí que hay estudios que lo corroboran. Por lo tanto, por muy mal que se pongan las cosas, siempre hay que seguir, aguantar y pedalear hacia arriba. La vida es como esa gráfica que hemos visto, sube y baja a lo largo de las décadas.