Aunque este año 2020 ha sido especial y los movimientos de los estudiantes Erasmus por Europa han quedado en muchos casos congelados, parece obvio que ese programa, el Erasmus, es una gran idea. Por si alguno no lo conoce, el programa Erasmus fomenta el movimiento de estudiantes entre distintos países de Europa. El propio viaje y el cambio de país forma parte de la propia educación, creo yo. Esta idea no es nueva y ya en el siglo XVII los jóvenes, especialmente británicos y siempre aristócratas, hacían algo similar. El Grand Tour eran los viajes educativos antes del programa Erasmus.
La educación no estaba completa sin ese viaje de meses e incluso años por Europa
La educación de un buen caballero inglés, en ese XVII y también en el XVIII, no estaba completa si no había dejado su tierra natal por un tiempo y había viajado por alguna ciudades del continente empapándose de su cultura y arte.
Francia era una parada clave, como es lógico. Solía ser el punto de entrada al continente. Visitaban Versalles, el Louvre, Notre Dame… pero también conocían la moda francesa y las innovaciones en las pelucas, por ejemplo. Italia era otro destino dentro del Grand Tour. Es más, era el destino principal. Roma, y los, por entonces, recién descubiertos restos de Pompeya y Herculano eran puntos de obligada visita. Nápoles y Venecia eran también parte del viaje y, según parece, las fiestas en esta última ciudad eran dignas de ver.
Aunque viajar en aquellos tiempos conllevaba molestias, incomodidades, mucho tiempo y algunos peligros, la experiencia valía la pena. Esto afortunadamente ha cambiado y hoy es todo mucho más cómodo y sencillo. Lo que no ha cambiado es la afición por los souvenirs y por las compras en los viajes. Ya entonces estos caballeros, que eran pudientes, volvían a su isla cargados con algunas antigüedades valiosas y réplicas no tan valiosas. Algunos alargaban el viaje, lo que suponía más coste, y no volvían sin haber visitado Grecia, Suiza o Alemania.
El Grand Tour eran los viajes educativos antes del programa Erasmus, pero hoy lo llamaríamos turismo
Una prueba clara de la cantidad de obras de arte y objetos de todo tipo que los británicos se llevaban de vuelta de su Grand Tour lo tenemos en la captura del Westmorland. Esta fragata corsaria de 26 cañones, que había torturado a los barcos franceses en el Mediterráneo, fue capturada en 1778 cuando volvía de Livorno a Gran Bretaña. Además de una pequeña fortuna que provenía de actividades comerciales, llevaba a bordo 57 cajas con obras de arte y recuerdos que viajeros del Grand Tour habían comprado y enviaban camino de su casa.
Barcos franceses atacaron al Westmorland y consiguieron capturarlo. En Málaga, donde acabó atracando, se incautaron todos esos recuerdos del Grand Tour, que fueron comprados por la corona española. Aunque hubo algunas quejas británicas, se consideró todo ello un botín de guerra legítimo y Francia se quedó con el dinero y España con las obras de arte. Una idea de su valor la tenemos en que varias de la piezas se guardan en el Museo del Prado. Además de cuadros y esculturas, había violines, partituras, libros, bocetos de grandes artistas , restos de lava del Vesubio, estatuas romanas de mármol, mármoles para mesas y chimeneas, vino, semillas…
Estos viajes fueron denominados como Grand Tour por primera vez en 1670, en un libro El viaje a Italia. No es este un caso único y fueron algunas más las obras que tuvieron como centro vertebrador el viaje por Europa de su autor. El Grand Tour también tuvo una influencia notable en cómo los británicos conocía el arte. Algunos palacetes y casas británicas tomaron elementos arquitectónicos y decorativos basados en lo que habían visto los viajeros en Roma o Grecia y así podemos aún hoy ver restos en Gran Bretaña del Grand Tour.