Enrique IV de Castilla es el rey impotente por un hechizo

Enrique IV de Castilla es el rey impotente por un hechizo

La historia está llena de reyes y reinas que se separaron cuando no existía el divorcio. Llena de segundas nupcias que llegaron gracias a una decisión de un papa o de un obispo, cogida más bien por los pelos. Pero nadie como Enrique IV de Castilla ha pagado por una de esas separaciones relacionadas con el poder y los intereses más que con cualquier otra cosa. El precio que hubo de pagar fue pasar a la historia con el sobrenombre de El Impotente. Impotente, en el aspecto sexual del término. En su descargo diremos que Enrique IV de Castilla es el rey impotente por un hechizo.

Los intereses cambiantes hacían que los matrimonios fueran hechos como acuerdos y desechos de cualquier modo

Enrique IV de Castilla nació en Valladolid en 1425 y fue rey de Castilla desde 1454 hasta su muerte en 1474. Su reinado no parecía sencillo, ya que parte de los nobles se empeñaban en ponerse en su contra. Un problema que heredó de su padre, junto con el trono. Su padre, por cierto, era Juan II y la foto de la cabecera de este texto lo representa a él y no a su hijo, Enrique IV.

Enrique IV tuvo mano izquierda como príncipe y rey y fue firmando paces y acuerdos. Con el tiempo reunió apoyos suficientes como para poder mirar con un ojo sus problemas internos y, con el otro, fijarse en la guerra contra los moros.

En 1440, cuando tenía 15 años, se casó con Blanca de Navarra. Era un matrimonio acordado dentro del pacto conocido como la Concordia de Toledo. En ese pacto, de 1436, los reyes de Navarra, Aragón y Castilla ponían fin a la guerra que les enredaba. El matrimonio era algo así como el sello a ese pacto. De aquella unión entre Castilla y Navarra no nació vástago alguno, lo que facilitó la disolución cuando los intereses políticos cambiaron.

Enrique IV de Castilla es el rey impotente por un hechizo que le impedía consumar con su esposa, pero sólo con ella

Volvieron allá por 1453 las disputas entre navarros y aragoneses, disputas por el trono de los primeros. Los castellanos querían girar hacia Portugal y buscar allí una buena relación. Como había ocurrido antes, nada mejor que un matrimonio. Así, poco antes de ser rey, el que sería Enrique IV de Castilla vio que había llegado el momento de deshacer su matrimonio con la navarra, quien, por otro lado, era su prima, y desposarse con una infanta portuguesa, Juana de Avís.

Para poder llevar aquella idea a buen término había que exponer un motivo para el divorcio, para abandonar a Blanca de Navarra. Como decíamos, no tenían hijos, así que la idea fue un poco rara y dejó al rey con un sobrenombre curioso. Se alegó que el matrimonio entre el rey castellano y la navarra no se había podido consumar, tras 15 años, por culpa de la impotencia del rey. Pero claro, el rey no iba a admitir tal problema, por lo que se atribuyó el mismo a un hechizo. Han leído bien, Enrique IV de Castilla es el rey impotente por un hechizo, y hasta el papa de Roma lo creyó.

Por si esto fuera poco rocambolesco, el hechizo en cuestión sólo hacía efecto en tanto en cuanto el rey tratara de yacer con Blanca de Navarra. Con cualquier otra mujer no habría problema. El papa Nicolás V encontró aquello razonable y disolvió el matrimonio, dejando el camino expedito para que Enrique IV de Castilla se casara con Juana de Portugal. Por cierto, también era su prima. Se casaron en 1455. Ya hemos hablado otras veces de la endogamia en los matrimonios reales.

Al final de todo aquel lío tenemos la lucha por el trono de Castilla de Isabel la Católica y Juana la Beltraneja

De este segundo matrimonio del rey nacería Juana, conocida más tarde como la Beltraneja. Y por ese nacimiento hubo una guerra. Porque Enrique IV de Castilla, a pesar de haberla nombrado en un primer momento Princesa de Asturias y por lo tanto heredera al trono, cambió de opinión. En ese cambio determinó que a su muerte el trono de Castilla iría a parar Alfonso de Castilla, que era su hermano por parte de padre, pero no por parte de madre.

El pobre Alfonso no duró mucho y entonces el trono quedó en disputa entre la hermana de Alfonso y sobrina de Enrique, Isabel, y la hija de Enrique, Juana. Es decir, al trono de Castilla optaban dos mujeres: Isabel, que más tarde sería conocida como Isabel la Católica, y Juana, la Beltraneja. Si echan cuentas, venían a ser tía, la Católica, y sobrina, la Beltraneja.

Apasionante historia.

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