La eugenesia, Francis Galton y el concurso sobre el peso de un buey

La eugenesia, Francis Galton y el concurso sobre el peso de un buey

Francis Galton fue un tipo impresionante en cuanto a sus ámbitos de conocimiento y a su empeño por conocer e investigar. Sus intereses iban de las huellas dactilares a la estadística, pasando por la meteorología o la mente humana. Admirable. Además, según parece, todo esto lo hacía casi a título personal, sin apoyo de otras instituciones. Nacido en 1822 en Inglaterra, murió en 1911 y era primo de Charles Darwin, aunque los méritos son suyos propios, no debido a nada al parentesco.

Aunque tocó muchos palos, su nombre suele ir unido a la eugenesia, de la que fue pionero y partidario. La RAE expone que la eugenesia es el estudio y aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana. Dicho de otro modo, esa idea aboga por aprovechar la genética y la herencia de características de padres a hijos para mejorar la especie humana. Dicho de otro modo, si se permite la reproducción a los más inteligentes y sanos y se restringe entre el resto, la humanidad en términos generales irá mejorando generación tras generación. Esta teoría se ha aprovechado por los racistas para justificar sus ideas y para llevar a cabo cosas como la esterilización de personas. Por otra parte, hay prácticas médicas que todos aplaudimos y que en el fondo podrían tener el mismo enfoque. No obstante, este no es nuestro tema. Nosotros estábamos con Galton.

Francis Galton, como partidario de la eugenesia, pensaba que la mayoría de los humanos no merecían la pena y que eran poco más o menos que animales de dos patas. Quizás estoy exagerando un poco, pero no tanto. Para él las clases altas y los hombres inteligentes debían tener la capacidad no sólo de perpetuarse, sino de imponerse a la plebe, simple, estúpida y gregaria. Llevado a la política, ¿qué sentido tiene que todos los votos valgan lo mismo? La media de opiniones de muchos mediocres no puede dar nada bueno. Más vale la opinión de unos pocos sabios. Ojo, no juzguen con los criterios de hoy a un hombre del siglo XIX. Sería un error y una injusticia. Y entonces, en 1906, fue a una feria de ganado en Plymouth.

Había un concurso en la feria en el que, por unos pocos peniques, uno podía apostar a cuál sería el peso de un enorme buey. El ejercicio llamó la atención de Galton, gran aficionado a la estadística, como hemos dicho. Esos peniques daban derecho a poner el nombre del concursante y un peso estimado para el buey en un papel. El que más se acercara al peso real, o lo más cercanos, se llevaría el premio. Entre los participantes había expertos en ganado, como es lógico en una feria de ese tipo, pero también había visitantes a la feria que nada tenían que ver con la cría de animales. En total unas 800 personas participaron.

Tras el concurso, Galton pidió los papeles de las apuestas a los organizadores para estudiarlos. Y se llevó una sorpresa que no esperaba. La media de todos los valores puestos por los participantes, personas en su mayoría sin mucho valor desde el punto de vista eugenésico de nuestro protagonista, se acercaba mucho al peso real del animal. En la media tonelada larga que pesaba en realidad el buey, la media de las estimaciones tenía un error de menos de 4 kilos. Es decir, la media de las opiniones de los mediocres o inexpertos era una estimación casi perfecta.

Aquel resultado sorprendió a Galton y hasta lo llevó a dejar por escrito que la fiabilidad de la media del hombre medio, valga la redundancia, era relevante, al contrario de lo que él esperaba.

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