Blaise Pascal: una precoz y corta vida dedicada a la ciencia

Blaise Pascal
(Blaise Pascal)

«Lo último que uno sabe acerca de una tarea es por dónde empezar.» Con esta frase atribuida al matemático francés Blaise Pascal nos hacemos una idea de la humildad con la que una mente tan brillante como la suya se acercaba a sus investigaciones.

Blaise Pascal fue muchas cosas, la lista es larga: matemático, físico, escritor, teólogo e inventor, entre otras muchas cosas. Nacido en 1623, se podría decir que su brillantez le venía de familia. De hecho, nos ha llegado mucha información sobre sus intereses y trabajos gracias a la labor biográfica de una de sus hermanas, Gilberte.

Si nos aproximamos a sus primeros años de vida, nos daremos cuenta de la brillantez innata del joven Blaise. Su salud nunca fue muy buena, y, fallecida su madre, su padre, Etienne Pascal, decide que la educación de su hijo se la proporcionaría él mismo. Sobreprotector, en un principio Etienne consideró que su hijo estaría mucho mejor siendo educado en casa. Era un hombre instruido, que trabajaba para la administración de justicia y que era plenamente consciente de las capacidades intelectuales fuera de lo común de sus tres hijos: Blaise, Gilberte y Jacqueline.

Se mudaron de Clermon-Ferrand a Paris cuando Blaise tenía tan solo 9 años y una vez allí, comenzó la labor instructiva del padre. Lo curioso del asunto es que, queriendo ahorrar tensiones a su enfermizo hijo varón, en un principio lo mantuvo alejado de los cálculos matemáticos pensando que le generarían fatiga o malestar. Lo que no pensó Etienne es que sus amistades con hombres de ciencia y las conversaciones que se mantenían en esa casa bastarían para estimular al joven Blaise a descubrir por sí mismo los principios de la geometría.

Nos imaginamos al que luego sería el impulsor de la calculadora mecánica haciendo cálculos a espaldas del mandato paterno de mantenerse tranquilo y alejado de cualquier fuente de complejidad, y también es fácil intuir la sorpresa con que Etienn debió encontrarse al echar un vistazo a los avances autodidactas de su hijo.

Así pues, ya sabemos que fue matemático precoz, tanto que despertó la incredulidad del propio Descartes, que sospechaba que era el padre el que estaba detrás de su trabajo, y ni siquiera después de que se demostrara que no era así pareció dispuesto a creer que un adolescente pudiera desarrollar las teorías con las que trabajaba.

Pero a Descartes lo desmentirían los hechos, y a los dieciséis años Pascal redactó su “Ensayo sobre las cónicas”, un trabajo brillante que contenía un teorema, el de Pascal, que a día de hoy sigue siendo una muestra de brillantez en el desarrollo de la geometría.

Teorema de Pascal
(Teorema de Pascal)

La familia Pascal, como muchas otras, sufrió reveses económicos debido a la caída en picado del valor de unos activos públicos. E incluso la oposición del padre a la política fiscal del cardenal Richelieu le obligó a dejar a sus hijos a cargo del servicio y huir de París. Pero congraciado e incluso promocionado gracias a la intervención de su hermana Jacqueline, que deslumbró al cardenal con una interpretación teatral, volvió a ocupar una posición relevante en la hacienda pública en París.

El joven Pascal probablemente hiciera el trabajo por el que más se le ha conocido con ocasión de la nueva ocupación de su progenitor, puesto que viendo el volumen de trabajo de éste en el cálculo de impuestos, se puso manos a la obra y sacó adelante un prototipo de calculadora mecánica, a la que aún se le conoce hoy como “Pascaline” .

No es que fuera una herramienta poco útil, pero sí fue muy difícil de financiar y construir, por lo que las Pascaline adquirieron renombre y le hicieron famoso, pero no pudieron llegar a ser un éxito de ventas.

De cualquier modo, su calculadora fue sin duda una precursora muy destacada del desarrollo de formas mecánicas de cálculo que, cuatro siglos después, aún sigue en movimiento, y si visitan el Musée des Arts et Métiers en Paris, podrán contemplar cuatro de las que han llegado hasta nuestros días.

Pero sus avances y contribuciones no quedaron aquí, recordemos que su hazaña en forma de calculadora se alcanzó cuando tan solo contaba con 19 años; Blaise Pascal seguía desarrollando teoremas y cálculos, y en medio de todo ello tuvo tiempo de crear y perfeccionar lo que hoy se ha convertido en un clásico entre los juegos de azar: la ruleta.

Y es que, motivado por sus estudios sobre probabilidad, buscaba un juego cuyo resultado, fruto del azar, fuera lo más equitativo posible. Así pues, la distribución de los números fue cuidadosamente estudiada para que su ubicación optimizara la equidad entre ellos y predecir el resultado se convirtiera en una cuestión de pura suerte.

Calculadora pascalina
(Calculadora pascalina)

No es el único caso en el que un pensador ha aplicado su conocimiento a un juego de azar, recuerden lo que ya contamos hace algún tiempo sobre Voltaire, pero sí estamos seguros de que en el caso de Pascal, su fuerte inclinación religiosa, otro aspecto muy destacado de su personalidad y trayectoria, y humanista influyeron en el diseño dejando de lado posibilidades de trampear los resultados de la ruleta.

Las matemáticas, la hidrodinámica… los campos en los que los descubrimientos de Pascal se han visto beneficiados son muchos, pero un revés inesperado en su vida, el fallecimiento de su padre, fue lo que le acercó a la filosofía y la teología.

Su primer contacto con el jansenismo, corriente católica caracterizada por establecer que la predestinación determinará quién será bueno y quién malo y por tanto quién alcanzará la salvación, llegó a su casa tras un accidente sufrido por su padre y de la mano de los doctores que le atendieron. El jansenismo y la élite intelectual de la época tuvieron sus contactos.

Pero no fue hasta el óbito de Etienne cuando Blaise, sintiéndose extremadamente desvalido y solo, y con su capacidad económica mermada, encontró refugio en la religión y en los retiros espirituales. A esa época de su vida debemos su obra Lettres Provinciales, unos escritos controvertidos que le granjearon la enemistad de los jesuitas. Nunca abandonó la escritura sobre teología pero en esta época de su vida, donde contaba con unos 36 años, retomó sus investigaciones científicas consiguiendo avances que después Leibniz aplicaría en el desarrollo del cálculo infinitesimal.

Su vida ascética y su naturaleza delicada terminaron con su vida en 1662 con tan solo 39 años, pero su legado y sus descubrimientos le han convertido en inmortal. Quién sabe cuánto podría haber cambiado la historia de la ciencia si hubiese tenido la oportunidad de vivir más tiempo. Nos quedamos con la idea de que fue un genio que fue supo salir a flote a pesar de las dificultades que la vida le puso por delante, y nos maravillamos con su precocidad.

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