La muerte de Stalin

La muerte de Stalin
(Stalin en 1949)

Esta semana se han cumplido 65 años de la muerte de Stalin. Quizás con esa excusa, se estrena una película mañana mismo cuyo título es precisamente La muerte de Stalin que revive aquellos días en tono de comedia. Lo cierto es que la muerte de Stalin, de uno de los personajes más siniestros y criminales del siglo XX, poco tuvo que ver con la comedia y sí fue una muestra del terror con el que movía los hilos en Rusia.

Nos faltan teorías y diferentes hipótesis sobre si la muerte fue más o menos natural, y si fue asesinado, quién estuvo detrás. Pero parece que lo más aceptado es que fue una muerte natural. En cualquier caso, no me interesa tanto cómo fue la muerte sino los pequeños detalles en torno ella que nos demuestran cuánto le temía la gente, incluso los más poderosos y los más cercanos a él.

La noche del 28 de febrero de 1953, algunos de los hombres más importantes de Rusia estaban con Stalin bebiendo y viendo películas. Estos hombres eran Beria, Malenkov, Jrushchov y Bulganin, dos de los cuáles dirigieron el país en los años siguientes. Stalin se emborrachó, y bien entrada la madrugada del día 1 de marzo, el resto lo dejaron solo en sus aposentos. En algún momento entre la madrugada del 1 de marzo y la noche del día siguiente, Stalin sufrió un derrame cerebral. En el peor de los casos, pudo llegar a estar casi 24 horas tirado en el suelo de su habitación. Los guardias, sus propios guardias, le tenían tanto miedo que no se atrevieron a molestarlo, a pesar de no dar señales de vida en todo el día. Cuando finalmente alguien del servicio, al parecer por un paquete recién llegado que debía entregarle, entró en la habitación, se encontró con el líder ruso tirado el suelo.

¿Qué pensarían ustedes que hizo al ver al jefe en tan pésimo estado? ¿Llamar al médico? No, el poder era lo primero Rusia. Se avisó por tanto a los hombres que ostentaban el poder junto a Stalin, y el médico tardó en llegar. Hay quien dice que esos hombres, algunos de los cuales se habían emborrachado la noche anterior con él, no tenían prisa alguna por avisar a un médico. Agonizó durante tres días y medio, durante los cuales se turnaban para hacer guardia junto a su cuerpo sus compañeros en el politburó.

Probablemente se mezclaban en todos ellos dos pensamientos, dos formas de sentir. Por una parte, sentían el alivio de verse libres de la presión que sobre sus propias vidas, sobre su seguridad, significaba Stalin. Por otra parte, sabían que su muerte significaba un cambio tan brutal en Rusia que la incertidumbre era enorme. Lo que no desapareció hasta último momento fue el temor a Stalin, tal y como escribió Jrushchov:

Tan pronto como Stalin daba indicios de estar consciente, Beria [Comisario del Pueblo por Asuntos Internos] se ponía de rodillas, le cogía la mano y se la besaba. Cuando Stalin perdía de nuevo el conocimiento y cerraba los ojos, Beria se ponía de pie y escupía… rezumando odio.

Durante aquellos tres días de agonía, el dictador ruso abrió en ocasiones los ojos y hasta en ese estado parecía amenazar y mostrarse enfadado con todos. Tras morir, según contaba uno de los testigos, todos se quedaron paralizados y en silencio durante unos momentos. Unos momentos que les parecieron una eternidad, para a continuación salir corriendo de allí, precipitadamente. Como dice Alan Bullock en su libro sobre Hitler y Stalin, para los miembros del politburó las sombras del miedo se habían disipado, habían logrado sobrevivir y tenían un futuro por delante por el que luchar. Pero ese miedo no se fue hasta que lo vieron muerto. Incluso agonizante le temían.

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