1816 fue el año sin verano

1816 fue el año sin verano
(El canal de Chichester, pintado por Turner en 1828)

En algunos lugares de Indonesia, en el sudeste asiático, una explosión hizo pensar a muchos que los piratas habían disparado un cañón. Todos se pusieron alerta, pero no encontraron el motivo real de la explosión, ni a los piratas. Varios días después averiguaron que lo que habían oído era la erupción del volcán Tambora, que estaba a algo más de 1.000 km de distancia. Imaginen lo que había ocurrido cerca del volcán: la destrucción total. Era abril de 1815 y el Tambora acababa de dar lugar al año sin verano, que sería el año 1816.

Hace unos días leía sobre erupción que arrasó Pompeya, y si aquello fue terrible, parece que el Tambora fue peor. Tal fue la cantidad de gases y partículas que lanzó a la atmósfera el volcán, que el gran sistema climatológico que gobierna el mundo se vio afectado gravemente. No vamos a decir que con el clima se cumple aquello de que el movimiento de las alas de una mariposa genera una tormenta en otra parte del mundo, pero es obvio que es un sistema complejo y de delicado equilibrio. También es cierto, que no sólo el Tambora fue responsable de todo lo que pasó en los meses siguientes, pero fue el detonante principal.

Más allá de las decenas de miles de muertos, el efecto más triste, el volcán provocó una nube de ceniza tan inmensa que en unas horas cubría un territorio similar a lo que es Europa. Todo aquello trajo consecuencias, tanto en Asia como en otras partes del mundo. Aquel verano de 1815 el cielo se mostró extraño, con un color anaranjado especialmente fuerte tanto al inicio como al fin del día. El invierno posterior, ya el año 1816, fue duro y frío. Las nevadas, en algunos sitios poco habituales, dejaban copos de un color extraño entre marrón y rojizo.

Como adelantábamos, los patrones meteorológicos que hacen que las borrascas, las masas de aire y todo lo demás se muevan de una determinada manera y se concentren por épocas a largo del año según el lugar, fueron modificados. Cuando llegó la primavera, no acabó de llegar el calor, y las heladas se perpetuaban tanto en Europa como en Norteamérica. Hubo días de calor, cierto, en primavera y en verano, pero el frío nunca se fue de Europa. En algunas zonas del este del continente, el efecto fue contrario y hacía más calor del habitual.

Las consecuencias no se quedaron en el frío que pasaban las personas, si no que afectaron gravemente a la agricultura, como era de esperar. Las cosechas no fueron buenas, lo que asociado al momento histórico en Europa, donde las guerras napoleónicas acababan de finalizar, generó una terrible hambruna. Todo esto dio lugar a revueltas sociales en varios países, como Suiza, donde se llegó a declarar el estado emergencia nacional.

El hambre fue la única consecuencia, sino que aquel verano influyó en muchas otras cosas. Los atardeceres rojos y dorados fueron plasmados por algunos artistas. Hay autores que hablan de que los problemas en el campo impidieron alimentar bien a los animales, y por la escasez de caballos se idearon algunos nuevos métodos de transporte que fueron los precursores de la bicicleta. Otros, como Tim Harford, exponen que la escasez que vio entonces Justus von Liebig le llevó a crear años más tarde la leche materna de laboratorio. Y, de alguna forma, el año sin verano dio lugar a Frankenstein.

Justo hoy, 11 de marzo de 2018, se cumplen 200 años de la publicación de Frankenstein o el moderno Prometeo, la mítica obra escrita por Mary Shelley. El mal tiempo quizás tuvo que ver con que los escritores que pasaban unos días de aquel verano de 1816 cerca de Ginebra, se aburrieran. El mal tiempo les impedía hacer muchas actividades y pensaron en escribir relatos de error para contarselos los unos a los otros. Dentro de ese juego nació Frankenstein, hace dos siglos, durante el verano del año sin verano, aunque fue publicado dos años más tarde, tal día como hoy.

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