Cartas de amor de músicos, de Kurt Pahlen

Cartas de amor de músicos, de Kurt Pahlen
(Cartas de amor de músicos, de Kurt Pahlen)

No quisiera parecer un nostálgico abuelete que echa de menos tiempos pasados, ni mucho menos. Es más, creo que en muchas ocasiones cuando alguien añora el pasado, se añora a él mismo años atrás, no piensa realmente en que el mundo que le rodeaba fuera mejor que el que lo hace ahora. Esto que digo también deben ser desvaríos de viejo, no le hagan caso. El caso es que leyendo el libro del que quiero hablarles hoy he recordado la sensación de esperar carta o de escribir cartas. Me refiero, lógicamente, a cartas escritas a mano y, en el mejor de los casos, cartas de amor.

Muchos de ustedes habrán escrito y recibido cartas de amor, y el que no lo haya hecho, algo se ha perdido. Si me permiten una confesión, yo escribí muchas y recibí también algunas cuantas. Es más, en la sala donde ahora mismo estoy escribiendo esto hay una pared con varios sobres postales enmarcados y colgados. Son sobres que en su momento llegaron a mi casa, para mí, contiendo cartas. Algunas, de amor. También los grandes genios de la música clásica escribieron y recibieron cartas de amor.

La editorial Turner ha publicado una obra sobre el tema, titulada Cartas de amor de músicos y escrita por Kurt Pahlen. En la misma Pahlen bucea en las relaciones de grandes compositores y va narrando esas relaciones junto con una selección de las cartas escritas por los artistas. Más allá de las frases bonitas y ocurrentes, más allá de los detalles relativos a la relación, todas esas cartas son una vía magnífica para conocer a los autores, su época, su carácter y su forma de vida. Dicho de otro modo y como ocurre siempre en las buenas biografías, asomarse a la vida de un hombre nos deja ver a ese hombre y su obra, pero también su época.

La selección de artistas va de Mozart, finales del siglo XVII, hasta Alan Berg, que murió en 1935. En medio hay decenas de países, situaciones, artistas, formas de ver la vida y formas de amar. Los aficionados a la música clásica pueden ver referencias a obras, a conciertos y acceder de primera mano a lo que pensaron los músicos sobre ellos mismos, su producción y sus colegas. No en vano, son cartas de amor, por lo que hay que esperar que fueran personales, íntimas y sinceras. Para los menos aficionados a la música clásica, pueden leer el libro y bucear en la cotidianidad de las vidas de los músicos y demás personas en los últimos siglos. En cualquier caso, estos textos son una línea directa con el pasado y con el arte.

Personalmente me ha llamado mucho la atención las penurias que pasaron compositores que hoy son considerados como genios. Incluso cuando ya tenían fama y reconocimiento, incluso cuando sus obras llenaban teatros y los reyes los reclamaban, incluso ahí, tenían que dar tumbos por Europa, enfermos y cansados, para poder seguir rascando dinero con el que ir tirando. No les ocurrió a todos, pero sí me llama la atención que no era algo extraño.

Por ejemplo, Carl Maria von Weber, el compositor romántico alemán, y romántico no es porque estemos hablando de cartas de amor, escribió en 1826:

[…]Una sala maravillosa, con 500 o 600 personas presentes, todo brillantísimo… El ruido y la charla de la multitud eran terribles […]Pensé intensamente en mis 30 guineas, y así tuve paciencia.

En las cartas de Mozart también el dinero estaba a menudo presente, como una losa gris que entristecía sus «te beso 1.000 veces«:
[…]Aqui van, de momento, tres florines.
[…]He tardado hasta ahora porque esperaba poder mandarte más dinero.

No hay que menospreciar, por supuesto, los comentarios de algunos compositores sobre su obra o incluso sobre otros compositores. Kórsakov dice de un colega belga que «es una bellísima persona […] pero por desgracia su talento es insignificante«. El ruso también se despacha a gusto contra Richard Strauss, al que asegura que «si a alguien se le ocurriera presentármelo ni siquiera estrecharía la mano«.

Y por supuesto, el libro está cargado de amor. Cada cual lo vive y cuenta a su forma. Hay amores sin esperanza, como el que vive Berlioz:
[…]La he amado, la amo y la amaré […] y no me hago ilusiones. 
[…]Las únicas tres cosas que pueden devolverme la calma: el permiso para escribirle de vez en cuando, el compromiso de que usted me responderá, y la promesa de que me invitará a verla aunque no sea más que una vez al año.

Y también hay amores plenos, como el de Robert Schumann y Clara Wieck, que tras pasar por encima del tozudo rechazo del padre de ella, maestro además de Schumann, acabaron escribiendo un diario escrito en común. Todos los días, alternativamente, cada uno tenía la obligación de escribir en el diario al menos una página, dirigida principalmente al otro. Es decir, casados y viviendo juntos, no dejaban de escribirse cartas de amor, en forma de diario.

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