Benjamin Franklin, los pedos, la orina y los espárragos

Benjamin Franklin
(Benjamin Franklin)

Parece que en los últimos días la orina se ha convertido, sin pretenderlo, en el tema estrella de Curistoria. Hace unos días les hablaba de Andy Warholl y sus pinturas de orina y hoy dejamos el mundo del arte para ir al de la ciencia, pero sin dejar de tratar el tema.

Benjamin Franklin, el famoso político e inventor estadounidense del siglo XVIII, inventó varias cosas de andar por casa, por decirlo de algún modo. Sus preocupaciones por los aspectos más mundanos de la vida, pero no por ello menos importantes, quedaron patentes en un escrito de 1781, conocido popularmente como la carta a la Real Academia de los Pedos. Medio en serio medio en broma, venía a decir Franklin lo siguiente:

Si uno no quiere ofender a sus invitados, se ha de aguantar las ventosidades, y esto es algo molesto. Por ello sugería que se pusiera en marcha una investigación para descubrir alguna sustancia saludable y no desagradable que se pudiera mezclar con la comida o las salsas. Esa sustancia debiera hacer que las ventosidades no fueran ofensivas para las personas a nuestro alrededor, y que incluso fueran agradables como los perfumes.

Pero como decía al principio, también la orina ocupó a Franklin, y no sólo los pedos. Inventó un catéter urinario flexible para que lo usara su hermano, por lo que merece reconocimiento. Y en el mismo escrito en el que abogaba por la investigación para crear alguna sustancia para que las ventosidades no olieran mal, dejó escrito que:

Todos sabemos que comer espárragos confiere a nuestra orina un olor desagradable. Una píldora de trementina de tamaño no superior a un guisante le conferirá el agradable olor de las violetas.

A no todos les ocurre ese cambio de olor en la orina tras comer espárragos. Dicho esto, Franklin sí estaba familiarizado con el problema y de algún modo trató de contenerlo. Es más, parece que Franklin era un tipo al que los olores le preocupaban.

Fuente: Historia de la ciencia sin los trozos aburridos, de Ian Crofton

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