Las coincidencias de un poema de Unamuno y su muerte

Miguel de Unamuno, en 1925
(Miguel de Unamuno, en 1925)

Estoy convencido de que Miguel de Unamuno no fue capaz de imaginar muchos años antes de que ocurrieran cómo iban a ser sus últimos meses y días, abatido por ver a España envuelta en una Guerra Civil y por encontrarse él mismo en la tierra de nadie que se creó entre los dos bandos. Asediado, posiblemente, por un sentimiento de culpa y por la tristeza de verse impotente y superado por los acontecimientos. Fue tan terrible todo aquello que es fácil pensar que Unamuno no previera tal situación, pero sorprende cómo imaginó algunos detalles de sus instantes postreros.

Unamuno falleció en la tarde del 31 de diciembre de 1936. Pasó aquella tarde de fin de año en su biblioteca, acompañado por un joven llamado Bartolomé Aragón, con quien discutió sobre la situación en España. Tras decir que era imposible que Dios hubiera abandonado así a España, esa fue su última sentencia y pensamiento, se desplomó sobre la mesa camilla. No debió ser muy notorio el desplome ya que en un primer momento su acompañante lo asoció a la desesperación y la tristeza y tal es así que se percató de que algo iba mal cuando comenzaron a quemarse las zapatillas de Unamuno en el brasero de la mesa camilla y el tufo se hizo patente. Entonces, salió de la habitación asegurando a voces que él no lo había matado. Así murió Unamuno en la tarde del último día de 1936.

La tarde del último día de 1906, exactamente treinta años antes, Unamuno escribía un poema titulado Es de noche, en mi estudio… y entre cuyos versos están los siguientes:

Es de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
es que se siente solo,
[…]
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
[…]
Y me digo: «Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
la cosa que fuí yo, éste que espera ,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria.»
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.

Fuente: Documentos RNE

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