Larra y Zorilla, muere un escritor y nace un poeta

Mariano José de Larra
(Mariano José de Larra)

Ya conocen el refrán ese que dice que cuando una puerta se cierra se abre una ventana y el mensaje que encierra. Hoy vamos a ver una versión literaria de este dicho, vamos a hablar de cuando la muerte de un literato sacó a la luz a otro.

Mariano José de Larra y Sánchez de Castro falleció en estos días del año 1837, concretamente fue el 13 de febrero cuando el escritor madrileño, uno de los más importantes del Romanticismo español, se quitó la vida. Aquella noche, su amante, una mujer casada llamada Dolores Armijo, le había dicho que la relación se había acabado y que volvía con su marido. Tan pronto como la mujer salió de la casa de Larra, este se disparó en la sien derecha. Había nacido en 1809, es decir, acabó con su vida cuando tenía 27 años.

Dos días después, el 15 de febrero, fue enterrado en Madrid entre una multitud de personas que se habían acercado a despedirle. Entre aquellas estaba José Zorrila, vallisoletano nacido en 1817. En un determinado momento Zorrilla leyó un poema que había escrito para la ocasión, dedicado a Larra, que dejó a todos emocionados y que le abriría las puertas del mundo literario.

Como decía, la muerte se llevaba un gran escritor pero antes de que fuera sepultado prestó un último servicio al mundo de las letras, brindar la ocasión a Zorrilla para que este mostrara su talento, que más tarde sería confirmado con creces. Aquel poema se titula A la memoria desgraciada del joven literato D. Mariano José de Larra y es el siguiente:

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.


Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.


Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!


Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano:
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el tallo de la flor.


Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de yerba y de frescura
hijos son del arroyo creador.


Que el poeta, en su misión
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.


Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro poeta cantará por ti.


Ésta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
¡memoria del poeta que perdí!


Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y sólo le queda al suelo
ese retrato de hielo,


fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!


“Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento…
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.”

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