La música en el entierro de Quevedo

Francisco de Quevedo
Francisco de Quevedo

Son varias las curistorias que ha protagonizado el gran Quevedo, y es que cada poco se topa uno con una ocurrencia suya o con una muestra de su afilado ingenio. Una vez quedó encima de Felipe IV y también a ese mismo rey lo comparó, con acierto, con un agujero. En términos más mundanos, dejó claro que donde se mea no se ponen cruces. Por cierto, que esto último de las cruces y las esquinas se puede ver en la película Alatriste, al comienzo, cuando sale de la taberna, donde está precisamente con Quevedo, para recibir el encargo del alguacil.

Donde se mea no se ponen cruces (en Alatriste)
Donde se mea no se ponen cruces (en Alatriste)

Bien, pues cuando llegaba el momento postrero de nuestro insigne poeta y aventurero, allá por septiembre de 1645, alguien le preguntó sobre la cantidad de dinero que quería que se invirtiera para pagar a los músicos que se iban a contratar para su funeral. Al parecer era una costumbre de aquellos tiempos tener a unos hombres amenizando esos tristes momentos.

Quevedo, que era el que iba a pagar aquella música con su propias monedas, respondió con una pullita, como era de esperar de una de las mejores plumas del Siglo de Oro español: la música páguela quien la oyere, que yo no estaré en condiciones de perder el compás.

Es más, muestra la anécdota que no perdió el humor ni en sus últimos momentos.

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