La calavera en «Los embajadores», de Holbein

El cuadro que vemos arriba se conoce habitualmente con “Los embajadores”, pero su título real es “Jean de Dinteville y Georges de Selve”, que son los personajes que lo protagonizan. Es obra de Hans Holbein, el Joven, y es tremendamente conocido. Data de 1533 y es casi un cuadrado perfecto de poco más de 2 metros de lado.

La obra está cargada de simbolismos y dobles lecturas, pero hay un objeto que se lleva la palma en este aspecto. Como ven, en la parte inferior central de la obra, y ocupando una zona significativa, hay una estrecha figura blanca y negra. Durante años no se supo ver qué era lo que Holbein había colocado allí.

Ya en el siglo pasado, un historiador del arte llamado Jurgis Baltrusaitis, descubrió que lo que se escondía en aquella forma era una anamorfosis de un cráneo humano. Una anamorfosis no es más que una deformación de una imagen realizada por algún procedimiento óptico, que es reversible, es decir, que puede verse la imagen original, antes de deformarse, invirtiendo el método.

Sin usar un método informático para ver la imagen clara, podemos utilizar una cuchara, tal y como muestra la imagen siguiente. Sin duda, un detalle curioso y sorprendente. En cualquier caso, personalmente me llama la atención el trabajo que hubo de llevar a cabo el autor para pintar deformado y con total exactitud el cráneo.

8 comentarios en “La calavera en «Los embajadores», de Holbein”

  1. Gracias por los comentarios.

    Koji, el día que lo tenga delante probaré.

    Viriato, estoy de acuerdo. A mí, torpe al 100%, realizar esto a mano me parece casi imposible.

    Saludos para Mallorca 🙂

  2. El cuadro que has escogido, Vitike, para tu entrada es un prodigio de información iconográfica; la calavera anamórfica ha sido interpretada en clave simbólica como un "memento mori", una advertencia a la brevedad de la vida y a la certeza de la muerte; pero existe una segunda interpretación, la de que podría tratarse de un especie de "firma" de su autor, por significar el nombre del artista en alemán "hueso hueco".
    Pero para mí, en ese universo de símbolos del cuadro, el más interesante es aquel que pasa más inadvertido para el ojo: el suelo, el pavimento, reproducción ideal a caballo entre el de la abadía de Westminster y la Capilla Sixtina, tan geográficamente alejados uno del otro, tan próximos en el mensaje, pero ambos de espléndido estilo cosmatesco. La razón de mi elección reside en buena medida en la interesantísima interpretación iconográfica de Benjamin Blech y Roy Doliner en su libro "Los secretos de la Capilla Sixtina", Alfaguara, p.31 (puede ser consultado en PDF en internet).
    Una de las mayores fascinaciones de Roma reside no en sus cielos, sino en sus suelos: la Sixtina, Sta. María la Mayor, Sta. Sabina, Sta. María en Cosmedin… y a quien los haya visto no le costará entenderme.
    Perdona la extensión de mi comentario, Vitike, y mil saludos.

  3. Mil gracias Profe por el comentario, muy ilustrativo, como siempre.

    Por cierto, leí hace un tiempo el libro que comentas sobre la Capilla Sixtina, y he de decir que no acabé con buena sensación. Creo que eran un poco extremos en sus razonamientos, conclusiones y afirmaciones.

    Saludos.

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