El león vence al águila en Astorga

Ojeando un libro sobre Leonardo Da Vinci, me he topado con un boceto que muestra la lucha de un dragón contra un león. Sólo un boceto, con partes no completadas, pero igualmente espectacular. Esta imagen me ha recordado una escultura que hay en Astorga, preciosa ciudad de la provincia de León, que muestra un León sobre un Águila (pueden ver la foto adjunta, hecha por este que escribe).

La escultura tiene la siguiente inscripción: «Para recordación perpetua de los heroicos defensores de la ciudad en su dos memorables sitios por las huestes napoleónicas». Como decía, en la escultura el león derrota al águila. Astorga está en León, y este animal la representa y el águila es el símbolo del ejército napoleónico, vencido en aquellos sitios englobados en la Guerra de Independencia.

26 comentarios en “El león vence al águila en Astorga”

  1. Es una tontería, pero ¿os habéis dado cuenta de que no pone ni un acento en la placa? Esto puede ser por incorrección o porque la placa es anterior al cambio de la regla que decía que las mayúsculas no se acentuaban (desde hace años sí es obligatorio).

    Saludos.

    Sempere

  2. Siempre se han acentuado las mayúsculas (o se han debido acentuar). No se acentuaban porque las antiguas máquinas de escribir e imprentas no lo permitían.

    Otra cosa es que la gente pensara que no se debía.

  3. La Guerra de la Independencia España vs Francia es uno de los episodios más emocionantes al estudiar Historia de España, por eso me ha parecido muy bonita esta anécdota. Excepcional blog, soy asidua visitante, saludos!

  4. Le perdonaremos los de los acentos, aunque tenéis razón.

    Compresadeadamantium, me alegro de que te haya gustado la historieta y espero que sigas leyendo el blog.

    Saludos.

  5. Cada vez que voy a Astorga, relato a quienes con paciencia y resignación me escuchan el significado de la estatua.
    Siempre me gustó (la estatua y lo que representa), sin duda porque mi padre me lo contaba a mí cuando era pequeño.

  6. Buenas, Manuel.

    Sigo tu blog desde hace tiempo y es la primera vez que comento, porque esta entrada me ha llamado de atención. Toda mi familia es de Paradas, un pueblo de Sevilla que desciende directamente de los astorganos.

    El pueblo fue fundado por Juan Ponce de León, siendo éste V Señor de Marchena -localidad vecina-, a mediados del siglo XV, en unos donadíos llamados de Don Dionís, con el objetivo de crear una población en un punto donde existían una posada y un abrevadero (de ahí el nombre de Las Paradas) para los caballeros y viajeros que iban de Marchena a Carmona, Alcalá y Sevilla.

    Para la repoblación de estos territorios, Juan Ponce de León trajo habitantes desde Astorga y otras comarcas de León, y por eso hoy se explica que el habla de Paradas tenga rasgos lingüísticos -la pronunciación de la elle castellana, o refranes y dichos propios Astorga- y patronímocos procedientes o similares a los de esa zona de Castilla.

    Te cuento estos detalles porque leer esta entrada me los ha recordado, y porque he pensado que quizá te resultarían interesantes.

    Enhorabuena por el blog. ¡Un saludo!

  7. Trecce, precioso lugar Astorga. Yo he estado varias veces y es que el Palacio Espiscopal es una joya.

    Jesu, muchas gracias por el comentario. Encantado de que te guste el blog, de que comentes y de que compartas con nosotros esas anécdotas, que al fin y al cabo, es de lo que va todo esto.

    Saludos.

  8. Hola, soy seguidor de tu blog desde hace bastante tiempo y nunca te he dado las gracias por tu magnífica labor, así que GRACIAS.

    Te escribo para comentarte que existe en Oporto (Portugal) un monumento con la misma alegoría, aunque de dimensiones bastante más grandes.

    Estuve de Erasmus allí hace poco más de un año y descubrí por sorpresa semejante monumento erigido tras la derrota de las tropas napoleónicas. Cuál ha sido mi sorpresa al descubrir gracias al blog, que en España también había algo así.

    Dejo estos links para que veais algunas imágenes:

    http://i45.tinypic.com/2ihnijb.jpg

    http://farm3.static.flickr.com/2660/3812641906_b9469d6134.jpg

    http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/09/Rotunda_da_Boavista_monumento.JPG

    Por cierto, os recomiendo visitar la ciudad, vais a flipar.

    ¡Un saludo!

  9. Enhorabuena por el blog y por su contenido, que me ha servido de acicate para escribiros por primera vez. La fotografía representa el que se conoce como Monumento a los Sitios. Hace referencia a los sitios que sufrió la ciudad de Astorga por las tropas napoleónicas, iniciados el 21 de marzo de 1810 y concluidos el 22 de abril de ese mismo año. Cabe recordar que el día 30 de diciembre de dicho año y por espacio de dos días, el propio Napoleón permaneció en Astorga. Entre los actos celebrados al cumplirse el Centenario de los Sitios (1910) se inauguró, obra del escultor Enrique Marín, este artístico basamento de piedra, mármol y bronce, con el grupo escultórico que representa el león ibérico dominando al águila imperial francesa. En la cara opuesta a la fotografía se señalan los nombres de los defensores más significados de la contienda, y en sus extremos el escudo de la ciudad y un bronce del glorioso valedor general Santocildes. Pero Astorga tiene todavía más cosas que admirar: ¡descúbrelas!

  10. Kangrejo, gracias por las gracias y por la información. Desde luego, es enorme la figura portuguesa.

    ArmandoG, gracias por todos esos datos. Hace poco en una exposición que visité, si no recuerdo mal, había precisamente un cuadro que representaba a Napoleón en Astorga. Me uno a tu recomendación de visitar Astorga. Si es en esta época, abrigado, eso sí, pero es un sitio que bien merece un día tranquilo.

    Saludos.

  11. El león también fue usado por las federaciones deportivas para representar a los deportistas españoles. De hecho, hasta hace poco, la selección española de rugby llevaba un león bordado a la altura del corazón. Si os fijáis, muchas federaciones usan el león como símbolo del deporte español y aparecen en sus escudos. Como ejemplo mirad los escudos de la federación de golf; de atletismo, de balonmano,… Creo recordar que la primera federación que renunció al uso del león fue la de fútbol, que debe ser que pensaron que lo de "la roja" identificaba más al fútbol español.

    http://actfernandoiiielsanto.blogspot.com

  12. En un tono moderno, el león podría representar a las Cortes Españolas y la democracia, y el águila la España franquista (por eso de la bandera antigua) ¿No te parece?

  13. Episodio 4º de "El enigma de Baphomet"

    Pero mi gran tesoro lo había encontrado casualmente, de niño, en la tejera de Puerta Rey; y no lo había valorado hasta que me licencié en Filología.
    En unos pergaminos del siglo XIV, escritos en lengua leonesa, por lo que me resultó difícil el estudio palegráfico, estudié los antropónimos en primer lugar, y confeccioné con ellos una lista. Cuando cotejé el nombre de Víctor Alejandro Castrillo Núñez Osorio con el de las hijuelas, comprobé que se trataba de la misma persona, y estudié los documentos profundamente.
    Contaré la historia desde el principio:
    Uno de aquellos días, al salir de la academia, le dije a Raúl que viniera conmigo, que yo quería enseñarle la tejera abandonada. Le revelé el secreto que guardaba con Pocholo y Poldi, otros dos amigos de infancia. Poldi se llamaba Leopoldo, pero a Pocholo hasta su madre le llamaba por el que yo creía que era mote; en realidad, era el apelativo cariñoso y nunca averigüé su nombre verdadero.
    Habíamos descubierto, colgado en la pared de lo que había sido la oficina de la empresa de transportes, también arruinada, anexionada a la tejera, un teléfono negro que todavía funcionaba, y podíamos llamar a quien quisiéramos, desfigurando la voz para que la telefonista no nos identificara. Parece que hablo de la prehistoria, pero entonces había que descolgar el teléfono y una voz de señorita te preguntaba el número con el que deseabas conectarte.
    A Raúl le encantó la idea, pero, cuando le dije que allí vivía el mendigo del pie cortado, se le apagaron las risas y prefirió divertirse por los vericuetos de la catedral, entre cadáveres de obispos que, por más que dijera el pertiguero, no iban a salir de los sepulcros.
    Hacía algunos años, la tejera había caído en el silencio, pues una quiebra de llantos ahogados y desahucio obligó a sus dueños a abandonar España. Unos decían que habían salido por la noche con lo puesto y las joyas ocultas. Otros, que el abuelo se había suicidado, y su hija, la baronesa, estaba sirviendo en una casa de alcurnia en París u otra ciudad europea, ya que, de cuna, conocía a la perfección la alta etiqueta.
    Aquel bullir de semidesnudos obreros hercúleos parecía haberse volatilizado por la chimenea alta cuya frialdad recuerda la miseria, el abandono o la posguerra.
    Quedaban dos montones de arcilla y cascotes de tejas y ladrillos esparcidos delante de las ruinas de aquella fábrica, que sirvió, durante mucho tiempo, de guarida a tipos que, desde lejos, resultaban sumamente atractivos, tanto por su aspecto desaliñado como por su origen incierto. «No te acerques —decía una madre a su chiquillo camino de la Iglesia—, que te pueden pegar la tuberculosis».
    «Han convertido la antigua cerámica en un nido de piojos; deberían intervenir las autoridades» —se quejaba una doncella vieja ante el aparato de sordos de su señora, ambas de negro y con el velo caído sobre el cuello.
    Familias de gitanos, un buhonero solitario, húngaros, portugueses pobres, hojalateros se iban sucediendo en aquel trasiego interrumpido, en las noches de primavera, por el resplandor de las hogueras que se veían desde la plazuela en los distintos ojos del horno, como si fueran huras con luciérnagas dentro. A veces, inesperadamente, de un día para otro, también desaparecía aquel pulular de andrajos.
    En uno de estos intervalos, cuando parecía que no había allí ninguna persona, con una atracción irresistible hacia lo prohibido, pues mi madre solía repetirme que no me acercara a la tejera porque encerraba múltiples peligros de pozos y oquedades, me fui acercando sobre un sembrado de harapos y utensilios desechados: sartenes sin mango y cacerolas sin fondo, forros y jirones de uniformes militares antiguos; hasta que una lejana figura sombría, hierática e impasible, en la antesala de lo que fueron hornos de cocer tejas y ladrillos, se fue convirtiendo en un hombre de gesto calmado y apacible que leía un libro.
    «¡Hola!» —me dijo quitando el sombrero sin levantarse de su coja butaca calzada con una piedra.

  14. Continuación:

    «¡Hola!» —me dijo quitando el sombrero sin levantarse de su coja butaca calzada con una piedra. Tenía una voz seca y profunda. Yo apenas musité un saludo, pero su mirada me inspiró confianza y mi curiosidad pudo más que mi miedo.
    Su ropa estaba algo sucia, pero la corbata y la cinta del sombrero eran de raso; o, por lo menos, de una tela más brillante que el resto. «Así que sales de la Iglesia, ¿eh?» —insistió—. Ya no me acuerdo de mi contestación exacta, pero le dije que ya había terminado la catequesis y dentro de un rato comenzaría la misa. «¡La misa! ¿Tú sabes lo que es la misa?». Yo le contesté lo mismo que me enseñaba el cura, porque pensaba que estaba poniendo a prueba mis conocimientos. En esto, se levantó solemne y litúrgico y se fue acercando al palanganero desvencijado en un rincón del recinto.
    Mis ojos ya se habían acostumbrado a la escasa claridad de la penumbra, y observé, en su cojera, medio pie cortado, calzado en la mitad de un zapato cosido con toscas puntadas de cabo de cuero, que se asemejaban a los dientes de un saurio.
    Se miró, en el espejo carcomido, una heridilla detrás de la oreja. Del aguamanil herrumbroso y desconchado echó un chorro de agua en la jofaina y se lavó las manos con una concha de jabón de sosa cáustica, mientras desmenuzaba discursos solemnes: «Con las caricias de rata hay que ser muy cuidadosos pues se enconan fácilmente», decía mientras se aplicaba ungüento. «Tú no sabes lo que es la misa», porfiaba ceremonioso y frío. «Es la reunión de ignorantes mirando pal culo de un tunante». Aquella blasfemia resquebrajó mis sienes seráficas y me compadecí de él porque irremisiblemente iría al infierno. Quise decirle algo pero no pude o no supe.
    Había encontrado la ocasión de hacer una obra que agradara al cura en la catequesis, pero sin saber por qué, empecé a sentirme confuso y preocupado, sólo por haber pensado darle un consejo a aquel hombre. Él debió de comprender que me había escandalizado, porque, mientras se daba la vuelta para coger una manzana que asomaba por el agujero de su zurrón descosido, me miró de reojo por encima del hombro y, quizá, por verme turbado, se ruborizó un poco.
    Para salir del atolladero, me formuló un cuestionario doméstico sobre mi casa, mi escuela, mis juegos de niño, en especial el de la Oca. Como fui desenterrando mi desparpajo, se llegó a sentir cómodo, y por lo que luego he colegido, también se sintió agradecido pues siguió diciendo: «Hemos inventado la lengua para disimular la soledad, para creernos que no estamos solos». No entendí aquellas palabras, pero me sonaron tan bien que nunca las he olvidado.
    «Esta tejera tendría que pertenecerme por herencia —decía—. Se la expropiaron injustamente a mi abuelo Gustavo; Gustavo Counillac se llamaba, como yo».
    En realidad, no se apellidaba Counillac porque el apellido Counillac se lo habían ido trasmitiendo las mujeres aunque no figurara legalmente, ya que el apellido de la mujer en dos generaciones se perdía. Se esforzaba en explicarme y yo no entendía nada, pero era tan sonoro el nombre que también se me grabó en los oídos.
    Tenía un tic nervioso. Cerraba un ojo, y con el otro muy abierto y trémulo decía mirando al techo: «Mi abuela quería conservar el apellido Counillac, pero según las leyes ya se había perdido para siempre. Es la historia de una rama de mi familia en la que hace ocho generaciones, en la línea de las mujeres, hubo un hombre importante —enlazaba diciendo—; pues esta tejera, aquí donde la ves, aunque parezca abandonada, tiene ya otros dueños legales que no la han explotado nunca.
    Con trucos de leguleyos ganaron a mi abuelo en los juicios aquellos ladrones hijos de la gran pu…—me miró rectificando al momento—, sinvergüenzas. La historia está plagada de latrocinios. Es más, yo creo que, sin el robo y la rapiña, el ser humano no tendría historia. Es la casa que habito; y en este cofre, guardo mis pocas pertenencias».
    En ese momento, abrió la maleta

  15. Continuación

    En ese momento, abrió la maleta que llevaba consigo llena de manuscritos antiguos, cuya importancia mi visión de niño no podía comprender, ni qué interés podían encerrar; y me confió, sacudiendo el dedo índice sobre ellos, que él era descendiente de un brigadier francés de Napoleón que luchó en Astorga durante la Guerra de la Independencia. Años más tarde, investigando otros legajos, pude constatar que no había llegado más que a comandante y que sí que fue propuesto para un ascenso a teniente coronel “mortis causa”.
    El mendigo del pie cortado me relataba, in situ, los distintos episodios señalando los emplazamientos de los puestos de guardia, cómo y dónde se apostaban los ejércitos napoleónicos para conquistar Astorga. Y así, me cautivó con sus relatos de tal manera, que me confió que los leía en aquellos escritos que guardaba.
    Aquel brigadier tuvo amores con una astorgana y le dejó una hija y un escrito reconociéndola. La mujer nunca se separó de los manuscritos y se fueron trasmitiendo de generación en generación hasta este último heredero.
    “El brigadier era el abuelo de mi tatarabuelo” — me relataba silabeando— “y cuando estuvo en España, en la campaña de Astorga luchando contra el General Santocildes” —volvía a silabear más despacio los múltiples nombres y apellidos, alardeando de erudición inusitada—, “José María Francisco Silvestre Santocildes y de Llanos”, todavía era capitán, el Capitán Gustave Counillac”.
    Cuando lo encontré enfermizo y demacrado al cabo de los años en el asilo de ancianos de las Hermanitas de los Desamparados de Astorga, me reconoció perfectamente a pesar de su avanzada edad. Me recordó con cariño de abuelo que, gracias a mí, no se quitó la vida en su etapa errante, pues cada día esperaba verme por la tejera para charlar conmigo, ya que sólo hablaba con el pertiguero para darle las gracias por la cena de cada día, y conmigo, aunque nada más fuera un niño de diez años, y que, entonces, descifró en mi semblante que algunas de sus frases me habían escandalizado. Intentaba recordarlas esbozando un rictus sonriente, sin cesar de insistir en darme las gracias por paliar su soledad con esta última conversación en el asilo, y en que, por eso, me regalaba la maleta de sus escritos.
    ¡Cuando revisé los manuscritos, descubrí un verdadero tesoro!:
    1) El diario de la guerra del capitán Counillac, del ejército de Napoleón en Astorga en 1809.
    2) Una pintoresca teoría sobre la violación en tiempo de guerra, escrita en un cuadernillo.
    3) La historia de la familia del mendigo narrada en primera persona.
4) Dos novelas y seis ensayos sobre la dignidad humana
5) Para mí, lo más importante: algunos pergaminos del siglo XIV, escritos por Martín, Roderico y Gelvira, guardados en la biblioteca del monasterio de San Pedro de Montes, hasta que el capitán Gustave Counillac en el año 1809 los arrebató como botín de guerra.

    El diario de Guerra y la teoría sobre la violación están escritos en francés del siglo XIX. La historia de su familia, las dos novelas y los seis ensayos, en castellano académico. Y los pergaminos de Martín, Roderico y Gelvira, en leonés del siglo XIV y caligrafía de su época.

    En el momento en que estuve a solas con los escritos, caí sobre ellos con pasión. Las narraciones se cortaban de repente y faltaban pliegos. Pero pude averiguar la procedencia del Capitán Counillac. Por los datos que fui cotejando, me di cuenta de que la colección de manuscritos estaba incompleta. No tuve más remedio que viajar a Francia para seguir investigando.
    Llegué a un pueblo agrícola cercano a París de donde procedía el capitán. Peiné casa por casa, con santa paciencia: unos se encogían de hombros, otros me mandaban a preguntar al ayuntamiento, un mozalbete se rió en mis narices sin hacerme caso, los más viejos campesinos arrugaban la frente con la mirada perdida, tratando de escarbar en su memoria; pero todos concluían que tal apellido nunca había estado presente en ese pueblo, hasta que una vecina anciana, tullida y ciega, me dijo haber conocido a Mademoiselle Denisse Counillac cuando se marchó del pueblo,

  16. Continuación:
    me dijo haber conocido a Mademoiselle Denisse Counillac cuando se marchó del pueblo, después de morir su padre, siendo poco más que una niña, y que no había vuelto. Sólo quedaba su casa cerrada. “Se fue a Paris a trabajar de conserje —me decía—, pero… a saber de su paradero; de portera en un edificio del barrio Jussieu”. Datos exiguos me proporcionaba, porque ese barrio está en el centro de París, cerca de la Facultad de Ciencias, es demasiado grande como para recorrer todos los portales, además, seguramente habría cambiado de trabajo o de ciudad o se habría muerto…
    La mayor parte de los pergaminos que faltaban de Martín, Gelvira y Roderico, forzosamente tenía que encontrarse en un lugar de Francia. Quizá los conservara esta descendiente del Capitán Counillac, o, al menos, recordara alguna noticia de ellos.
    Digo la mayor parte porque están numerados con los números más altos y faltan los bajos.
    Hasta no encontrar el resto de los escritos de la colección, el material que tengo no es publicable, porque los fragmentos están deslavazados, a retazos, y no es cuestión de suponer cómo siguen las páginas que se cortan en seco.
    No tuve más remedio que dejar a un lado la investigación de los pergaminos hasta tener más datos o más ganas, porque lo que figura en el diario de guerra, un cuaderno de pastas duras, no es suficiente, pero podemos deducir que tiene que haber más datos: el Capitán Counillac salió de Astorga con la orden de cubrir una zona entre León y Valladolid, y en realidad lo que le estaban ordenando era la definitiva retirada, por eso dejó abandonadas a su amante astorgana con su hija, y ya no pudo volver atrás a recogerlas. ¿Se comportó como un cobarde por más que se autoproclamara como militar valiente; o, por el contrario, los avatares de la guerra le obligaron a ir inexorablemente sabe Dios por dónde?
    Hemos de fijarnos en los fragmentos de ese cuaderno que tenía casi vacío. Seguro que su intención había sido escribir todos los días un diario en cada página, pero no se las arreglaba para sacar tiempo durante la guerra.
    Concretamente, en una de las páginas pone la fecha; y debajo: “L’enfant est né”, “nace la niña”, escuetamente. Y el resto de la página, vacía.
    Otra página con sólo la fecha y este texto: “Esther y la niña están enfermas con diarrea, cuando llegué a casa tuve que ponerme a lavar la ropa, pero mañana tengo que salir temprano hacia el Puerto con mi compañía para cubrir todos los puestos de guardia. Viene el general al campamento”. (No pone el nombre pero es de suponer que sea el puerto de Manzanal a diez kilómetros de Astorga).
    Otra página, y es a la que me refería antes: “Ha llegado la orden de salir mañana hacia Mansilla de las Mulas. Esta orden la da el comandante. Había dado orden de cargar un retablo viejo, del siglo diez o doce más o menos, por orden expresa de Napoleón Bonaparte”.
    Otra: Entre el fárrago de datos (relación pormenorizada de piezas de artillería averiadas, relación de muertos en campaña que tenían que enterrar en el mismo día de su baja en el ejército, ropas y uniformes para la soldadesca, alimentos almacenados en las bodegas habilitadas para ello, páginas y páginas de sumas contabilizadas de mosquetones, barriles de pólvora, bayonetas y baquetas), también constan croquis de campaña con dibujos del terreno, y una silueta de la catedral y las murallas de Astorga por el lado norte, con indicaciones de los puestos de guardia.
    Otra: Está cosida con hilo de lino al taco de las listas y números de toda la contabilidad de materiales, escrita y firmada por el capitán Counillac, con caligrafía distinta al resto, como si hubiera tenido un asistente que hiciera el trabajo aburrido de anotar los números con los que contabilizaban los materiales de guerra.
Otra: Entre las anotaciones contables, encontramos este párrafo como si fuera una reflexión filosófica:
    “Somos pocos los soldados que dejamos descendencia de valientes. Sólo está prosperando la descendencia de los cobardes. La mayor parte de valientes quedan muertos en primera línea de batalla y ya no engendran hijos.

  17. Continuación:
    y ya no engendran hijos. Yo les digo a mis soldados, sobre todo después de una hazaña en la que han corrido peligro y han salido ilesos o heridos heroicamente, que violen a toda mujer que encuentren a su paso. Así será la única manera de que los valientes dejen descendencia. Hasta ahora, sólo dejan descendencia los cobardes, porque siempre los valientes mueren jóvenes en la primera línea de batalla”.

    En este mismo cuaderno, en las dos últimas páginas, pero al revés, como si hubiera querido empezar a leer por el lado contrario, figuran instrucciones a los soldados, muchísimos consejos para la guerra: tácticas de lucha, técnicas de la instrucción para tirar al suelo al enemigo luchando cuerpo a cuerpo, haciendo múltiples llaves y cabriolas para despistarlo, tanto cuando estuviera armado de mosquete o bayoneta, como a pecho descubierto, todo ilustrado con dibujos a mano alzada; eso tampoco nos interesa.

    Lo más curioso y sorprendente que escribe el capitán Counillac es el concepto del amor francés durante la guerra, los consejos amorosos que daba a los soldados de su compañía, mientras permanecieran en campaña, escritos de su puño y letra, en francés muy culto y en forma de decálogo, como si fuera un recitativo rimado, para cantarlo o canturrearlo, y de fácil retención en la memoria.

    Instrucción a los soldados:
A los soldados:
    
—1) Con el enemigo no muestres compasión nunca. “Paso corto, vista larga y mal carácter”.

    —2) No dudéis en clavarle la bayoneta a la primera, por más conmiseración que os pida al rendirse. Al menor descuido vuestro os matará si no andáis listos.

    —3) A los niños es fácil ganarlos, con bombones. Tened siempre preparados palillos con azúcar hirviendo para hacer bombones. Es muy sencillo: se mete el palo en la melaza y se deja que enfríe. Es la mayor golosina para todos los niños del mundo, así podréis sacarles toda la información necesaria pues los niños son ventanas abiertas de lo que oyen en sus casas.
    —4) Con las mujeres sed complacientes, no seáis precoces, las enamoraréis cuando les hayáis hecho sentir el placer que sus maridos no han conseguido y pronto se olvidarán de que se los habéis matado.

    —5) Haced el amor durante el día. Si se resisten y tenéis que obligarlas a yacer con vosotros, haced el amor despacio, acariciándolas totalmente y siempre durante el día. Si es posible a pleno sol y en el campo. Aquí están acostumbradas a que los maridos les hagan el amor por la noche durante dos o tres minutos, como bestias, y se duerman sin haberlas satisfecho. Os las ganaréis de tal manera que se querrán ir con vosotros a Francia, pero no os enamoréis; tenéis que aprender a prescindir de ellas en el momento que la grandeza de la Francia os necesite y puede ser en el momento, para ellas, más inoportuno.
    —6) Cuando tengáis que abandonarlas, no penséis más en ellas.

    —7) Mientras las tengáis a vuestro lado en los descansos de la lucha, acariciadlas despacio, con mimo.

    —8) Cuando veáis que se relajan y se entregan, seguid despacio acariciándolas por todo el cuerpo hasta sus intimidades más recónditas.

    —9) No olvidéis nunca, soldados de Francia, que la mujer está hecha para sentir el placer de los sentidos sobre todo el del tacto, pero tenéis que tener paciencia y ser muy cariñosos con ellas para que olviden pronto a su marido y aprecien la diferencia de trato en el amor con el que las deleite un soldado francés con excelencia.

    —10) Comprobaréis que, una vez entregada, ya no querrá separarse de vosotros.

  18. —10) Comprobaréis que, una vez entregada, ya no querrá separarse de vosotros.

    Este diario del capitán Counillac y otros escritos suyos, los traduje pidiendo ayudas puntuales a un colega, catedrático de francés, de un instituto.

    La historia de la familia del mendigo del pie cortado, Gustave Counillac, escrita por él mismo, ocupa dos cuadernos. En una nota, al final del libro, queda resumida.1 Aquí habría materia para una novela.
    Lo más llamativo en ella es la cita del Evangelio de San Lucas. 12, 2, que me ha impresionado y la he tomado para encabezar este libro.

    Con todos estos datos y otros que estaban sueltos en papeles aislados como el árbol genealógico con los topónimos franceses de donde eran originarios todos los componentes familiares, desde varias generaciones atrás y los primeros pergaminos del siglo XIV, comprendí que tenía en mis manos una mina de la historia de Europa: tenía que volver a Francia para buscar toda la información posible que me permitiera descubrir el secreto mejor guardado en los últimos setecientos años: la verdadera realidad de BAPHOMET.
    Para descubrir el enigma, a pesar de que el pajar era inmenso, yo tenía la aguja.

  19. El águila simboliza a Francia de la misma manera que el León lo hace de España como lleva haciendo desde hace más de 500 años, realmente debemos recuperar urgentemente nuestra memoria. Por si alguien quiere saber algo más sobre el León Español tengo creado un humilde archivo donde de vez en cuando coloco imágenes sobre él en todos los puentos del globo a través de los siglos. Un saludo, y fantásticas fotos por cierto. La dirección del blog es: http://simbolosdehispania.tumblr.com/

  20. como dato, esta estatua es obra de el escultor Enrique Marin Higuero, natural de Arriate (Malaga) dicho sea de paso, en astorga, hay cuatro obras mas de este escultor, ale a buscarlas premio para el que las encuentre

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