Alemania en Francia, por tercera vez

Georgees Benjamin Clemenceau era un francés que nació en 1841 y entre otras cosas se dedicó a la política. En 1876 eran alcalde de una localidad y en 1906 ya era ministro del interior. Más tarde fue primer ministro y estuvo envuelto en las negociaciones que tuvieron lugar al finalizar la Primera Guerra Mundial. Era partidario de castigar severamente a Alemania por sus acciones entre 1914 y 1918.

En una ocasión, después de la Gran Guerra, le preguntaron a Clemenceau el porqué de su tremendo odio a los alemanes y este respondió: “No he estado nunca en Alemania pero, en lo que llevo de vida, los alemanes han estado dos veces en Francia y no quiero que vuelvan una tercera”.

Afortunadamente, si ustedes me lo permiten, nuestro amigo murió en 1929. Esto le libró de ver cómo los alemanes volvían a invadir Francia por tercera vez. Y además sería esta, quizás, la más sangrante de todas.

Por cierto, este tipo, según wikiquote, es el que pronunció la famosa frasse: “La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música”.

7 comentarios en “Alemania en Francia, por tercera vez”

  1. ¡Ah, estos "grandes líderes" mundiales! Siempre con sus partiditas de ajedrez, si no fuera por cuál es el tablero y quiénes los peones, serían hasta divertidos, así son, cuando menos, peligrosos.

  2. Problamente fué el causante de la segunda guerra mundial.
    Las indemnizaciones economicas que impuso a Alemania, junto al desmembramiento del imperio Austro Hungaro provocó una inestabilidad tál en Europa, que la pesadilla se reprodujo en veinte años.
    Diós nos libre de los patriotas.

  3. En mi opinión, excusa no, causante directo; entre otros, por supuesto.
    Las elevadas compensaciones de guerra impuestas por Francia (e Inglaterra en menor medida) llevaron a la ruina a Alemania y allí el nazismo encontró su caldo de cultivo ideal.
    No olvidemos que los vencedores ocuparon regiones productivas, impusieron el pago en material (locomotoras, navíos), se incautaron de medios de producción, exigieron el pago de enormes sumas de dinero. Es como si a un moroso le exiges el pago de su deuda y, a la vez, le embargas sus máquinas.

    Implacable en la lucha y clemente en la victoria. Es prueba de grandeza, pero también tiene sus réditos.

    No sabremos nunca qué habría pasado si la política de los vencedores de la IGM hubiese sido otra. Quizá incluso así hubiese subido Hitler al poder, o no …

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